INSTINTO DE SUPERVIVENCIA (Cap.1).



INSTINTO DE SUPERVIVENCIA (Cap.1).

            Ahora, desde la seguridad de mi cabaña comprendo lo que decía mi madre: Para ser feliz sólo deberás preocuparte por conseguir y mantener tu refugio, un buen lecho para dormir y un buen fuego para calentarte y asar lo que caces.

            Miro por el pequeño agujerito que me salvó la vida ayer.  Estoy muerta de miedo tras la lona que cubre estas ramas mal puestas. Ayer conseguí atrapar, todavía no sé muy bien cómo lo hice, un cerdo salvaje que quiso destruir mi refugio. Y eso, jamás debe suceder. Me lancé como poseída con el machete de Rambo, que antes había estado en una preciosa vitrina en mi salón-comedor; y lo asalté con los ojos enrojecidos. Defendiendo mi hogar y mis cuatro pertenencias con uñas, dientes y el machete clavado en un cuello grueso y fuerte. Usé toda mi energía para derrotarlo, pensé que a pesar de toda la sangre que manaba de su cuello no conseguiría hacerle desfallecer. Era él o yo; lo que él no sabía es que después de todo lo que he tenido que pasar para llegar hasta aquí, no iba a permitir que un solo cerdo acabara con mi refugio. Cuando por fin cayó, yo caí con él y rodé quedándome panza arriba, jadeando, cansada, chorreando sangre suya y mía. Miré al cielo, tan claro como en tiempos mejores y agradecí a Dios haberme puesto un plato de rica comida delante. Luego, empezaron las labores de limpieza y preparación. Al rato ya se podía oler la carne asada.

            Y de eso me estoy protegiendo ahora, de los otros humanos hambrientos que han olido esta carne. Hay un matrimonio de mediana edad a unos dos kilómetros hacia el este. Ellos no pueden cazar nada, él está impedido de una pierna y ella es frágil, débil pero también es ágil y durante estos dos años de caos ha perfeccionado su técnica de hurto de comida y ropa. Cuando el mundo todavía funcionaba, ellos vivían en mi misma calle, ¡nos habíamos saludado! Consiguieron resguardarse gracias a mi marido que les encontró un techo de uralita y les montó la cabaña donde viven. Dos meses después vinieron a robarme un par de chaquetas de mi refugio. Las impermeables. Y nos declararon la guerra.

-          Sé que estás aquí Carmen. – grité con el machete en una mano y una piedra en la otra hacía la espesura de la vegetación-. Hueles la carne y yo te huelo a ti. – moví en círculos, cubriendo todo el perímetro-, no tenemos porqué luchar, compartiré mi comida pero devuélveme las chaquetas.

Nunca obtenía respuesta y esta vez no fue menos, pero servía para que volviera a su campamento y me dejara en paz un día más. Mi Lucas no está conmigo, él salió hace unos días a buscar a su hija. Ésta, consiguió señal con su I phone para mandar un mensaje de walkie-talkie en el que dijo: Papá, estamos encerradas en la portería, Jackie está muy débil    y nos quedamos sin comida. ¡Ven a buscarnos! 

            Cuando estallaron las bombas le tocaba pasar el fin de semana con su madre. No habían conseguido subir a las montañas y Lucas estaba preocupado porque la situación en la ciudad era mucho peor. Había cacerías humanas todos los días, desde nuestra posición se oían los disparos de entre las calles, los gritos, los aullidos de los perros que mataban sin compasión para poder echarse algo a la boca.

            No me creéis, es duro lo que digo, ¿he? Pues fue así. De un día para otro. Bum. Estalló Europa. Apenas alcanzamos a ver a Pepa Bueno decir desde la redacción de Televisión Española: ¡Estamos en guerra! ¡Corran! Y se acabó, no sabemos más. No sé si volveré a ver a Lucas pero no hay tiempo para llantos. Hay que defender el refugio con mi vida. Tengo que seguir sus indicaciones al pie de la letra si quiero sobrevivir a esto.

            Hacía meses que me advertía: nena compra latas, compra aceite y pilas. Quiero pensar que gracias a eso sobrevivo hoy. Cuando explosionó nuestra calle nosotros ya estábamos de camino al Tibidabo. Vimos la explosión deseando no hubieran alcanzado a nuestros familiares y amigos. Mis abuelos y mi suegra rondaban los noventa años de edad y todos sabíamos que morirían en sus casas. No pude localizar a mi madre, ella se quedó con los abuelos hasta el último aliento. Sobreviviendo, como yo, pero en la ciudad. Sabía que estaba viva porque ella también conservaba un cargador a pilas y un móvil con el que conseguía mandar algún sms que yo recibía en el mío, cuando conseguíamos un poco de wi-fi. Le dije a Lucas que fuera a por ella también.

-          No quiero que me dejes sola aquí. –lloré-.

-          Tienes que defender esto. Es lo más que podemos conseguir en estas circunstancias. Con lo que tenemos podrás aguantar unos meses, hasta que yo regrese. Luego seremos más. Saldremos adelante. Te lo juro.

Le creí. Lo besé repetidas veces y él me prometió volver con nuestra familia. Y aquí le espero. Un día más y no tengo otra cosa que hacer, mi único problema es Carmen que no deja de acechar mi cabaña. Mi instinto asesino empieza a salir, yo no creí que lo tuviera pero Lucas me advirtió de lo que sería capaz de hacer. Estoy empezando a sentir cómo es esto. Estoy empezando a creer que no habrá otro modelo de vida para mí. No hay otra salida.

-          ¡Carmen! –grito con todas mis fuerzas porque la siento cerca, cojo la piedra que tengo reservada para ella y me pongo en posición-, te juro que soy un puto animal ahora mismo. Si me jodes te mataré y no quiero ni pensar cómo sobrevivirá Luis sin ti. ¿Me oyes?

            Ahora oigo los sollozos. Un llanto desesperado entre los matorrales. Dios mío, podría ser mi madre. Quiero llorar pero no pierdo la guardia. No voy a desobedecer a Lucas. Las hojas de mí alrededor se mueven y veo mi chaqueta impermeable salir de entre los matorrales sujetada por un brazo arrugado. La otra la lleva puesta. Sale con los brazos en alto pidiéndome perdón, se arrastra en el suelo y llora desconsoladamente. Lleva con ella dos bolsas de ropa y atada a ellas el trozo de uralita.

-          Natalia, mi Luis ha muerto esta noche.

            Se me clava su voz en el pecho como un puñal y me doy cuenta de quién soy. Me acuerdo de la Natalia que siempre sonreía, de la Natalia que daba la vida por los demás y que se preocupaba por todo. Recuerdo porqué me ama mi familia y dejo caer la piedra y voy a socorrerla. Le desengancho el peso que lleva y aparto el trozo de uralita. Cojo mi chaqueta y la tiro a las puertas de la cabaña, cae encima de lo que queda de cerdo. Sin decirnos absolutamente nada, ella deshace sus bolsas y se instala conmigo. No me parece mala idea después de todo.

Cuando cae la noche, avivamos mi hoguera y compartimos la cena. No confío y durante la noche apenas duermo. La observo. Observo cómo se le mueven los párpados del estrés. Tiembla aunque no haga mucho frío e intento imaginar qué pesadilla la estará persiguiendo. Para no caer rendida me entretengo re-leyendo Memorias de una Geisha, que conseguí meter en la bolsa de escapada junto con otros dos títulos igual de re-leídos. Si Lucas vuelve, prometió que me traería más. Ojalá lo consiga. 

            Me derrota el sueño y despierto mucho rato después, con el sol deslumbrándome en los ojos y con una mano en el pecho. Reacciono al instante y me pongo en pie deseando que no me lo haya robado todo. Pero no, esta vez mi instinto de confianza no falló. Carmen permanecía sentada frente al fuego y de sus bolsas había sacado una cafetera y había preparado algo de café.

-          Mejor juntas. – dijo a modo de buenos días-.

-          Mucho mejor. –contesté y acepté la taza, que no tenía asa-.