DESENLACE, LA DECISIÓN FINAL –Parte II -. (15-)

Queridos todos,
A la vuelta de mis merecidas vacaciones de Semana Santa y después de haber pasado unos días maravillosos en Madrid con mi familia, disfrutando de su preciosa arquitectura clásica, de la gastronomía Castellana, de la cultura, del arte… después de tanto placer adulto; os traigo, por fin, el DESENLACE del relato de RICHARD.
He vuelto con muchísimas ganas de escribir, de aprender, de conocer otros personajes, otros mundos. He vuelto con la esperanza de llegar más lejos, de terminar con mi novela y lanzarme de nuevo a la publicación. Pero eso ya es soñar demasiado, por el momento, sigamos aquí, en la Tierra.
Gracias por leerme y ¡hasta pronto!
DESENLACE, LA DECISIÓN FINAL –Parte II -.
Qué mal rato había pasado Richard. Estaba allí preparado para ver a su hijo nacer cuando de pronto alguien dijo que la cosa no iba bien y las auxiliares empezaron a moverse rápido y alguien le pidió que esperase fuera. Él quiso saber que ocurría y se resistió a marcharse. Finalmente una muchacha a la que solo se le veían los ojos le fulminó con la mirada y no tuvo más remedio que esperar en el pasillo.
Oía chillar a Bárbara desde allí y como se ponía más nervioso decidió salir al exterior, quizá llamaría a Silvia. Lo hizo, pero no contestó. La llamó de nuevo y nada. A la tercera vez el móvil ya estaba apagado. Se sintió solo. Nadie tendría que vivir estas cosas solo, se dijo. La verdad es que ya había tenido suficiente soledad. Imaginó su vida, la que empezaría después de hoy, y se asustó. Pensó lo que llevaba pensando todos estos meses. Tenía que tomar una decisión: Quedarse con Bárbara o regresar a por Silvia. Familia desestructurada o futuro incierto. No era justo para nadie. Se sentó en la silla de la fría sala de espera, cerró los ojos e intentó soñar en cómo sería ser padre. Padre de verdad, un padre compartiendo la vida con una madre como Bárbara. Se estremeció.

Si había alguien en el mundo capaz de maquinar toda su propia existencia, esa era Bárbara. Era consciente de las dudas de Richard, pero también sabía que si veía al bebé iba a querer quedarse. Y más ahora que habían estado a punto de perderlo. Ella había querido un parto natural pero no salió bien. Su hijo casi se asfixia el mismo antes de salir, debió pensar que la vida es una trampa, pensó Bárbara, toda lágrimas. Ella había estado atenta a todas las indicaciones de la gente que se acumuló en el habitáculo. Luchaba por su hijo, era lo único que le importaba, ella y el bebé. Y en cierto modo la alivió pensar así porque Silvia no tardaría en llegar y no sabría cómo reaccionarían todos ante su presencia.

Richard entró en la habitación cuando Raulito ya estaba sobre el regazo de su madre. Al padre le temblaron un poco las piernas y se maravilló al ver la escena. La madre parecía acabar de salir de una batalla épica, sudaba por todos los poros y jadeaba costosamente haciendo que el niño se moviera arriba y abajo acorde con la respiración. Jamás sabrás lo que es sentir eso, pensó él.
-          Ven, siéntate.
-          Ya está. – atinó a decir-.
-          Si ya está, por fin. –sonrió Bárbara-.
Había dejado atrás cualquier atisbo de maldad. Lo notaba, había cambiado la expresión de sus ojos, había relajado sus labios, siempre tensos, ella se había liberado de la carga.
-          Me alegro de que todo haya salido bien.
-          ¿Pero qué haces Richard? ¿Quieres acercarte a ver a tu hijo?
Pero Richard estaba ya cogiendo el pomo de la puerta dispuesto a salir, a correr, a coger su moto. A huir. No había funcionado. No había reaccionado como creyó que lo haría. No se sentía feliz. Tanto tiempo esperando el momento, tantas noches en vela a expensas del insomnio de Bárbara. Tantas conversaciones absurdas sobre el futuro, sobre dejar la pena, dejar el pecado.
-          Cuando nazca nuestro Raúl seremos libres, se caerán las cadenas y tendremos algo por lo que vivir, por lo que luchar. – le había dicho ella y él se lo había creído-.

Silvia mientras tanto compraba a toda prisa, un osito de peluche, en la tienda de la estación de trenes. Cogió un taxi y se dirigió al Hospital. La dirección estaba escrita en un mensaje de texto. Se había escrito varios mensajes con Bárbara. Había imaginado que serían buenas amigas. Todo iba a salir bien. Se repetía para sí.
El pequeño Raúl dormía en una cunita muy cerca de su madre. Todavía nadie sabía si se parecía a Richard, pero la madre estaba segura que iba a ser un niño tan fuerte como él.
-          Tú tienes que ser Silvia.- pronunció una madre desmesuradamente cansada-.
-          Si, -contestó alegre-, dejando su maleta en un rincón de la habitación y acercándose a la cama.
-          Te presento a Raulito.
Silvia se acercó a la cunita, temblando de emoción e intentando que no se le notaran las ganas de omitir todo ese encuentro y ver a Richard directamente.
-          Es hermoso. –se le ocurrió decir-.
-          Tenía tantas ganas de verle la carita. Acércamelo, por favor.
Ella no iba a cogerlo. No había cogido a un niño tan chiquitito nunca y no quería estropear aquel momento madre-hijo. Qué pronto le vino la punzada de peligro, pensó Silvia. Qué pronto sentía que no encajaba en aquel lugar. Tuvo suerte y llegó una enfermera que sí cogió al bebé y se lo acercó a su mamá, delicadamente. Silvia se hizo a un lado mientras ellas dos conversaban.
-          ¿Dónde está el padre? –preguntó la mujer-.
-          Por ahí fuera estará, ha ido a tranquilizarse un poco. – descansó para respirar y dirigirse a Silvia-, ha sido un parto muy duro.
-          ¿Por qué? – se interesó Silvia-.
-          El bebé se enredó con el cordón y tuvieron que intervenir rápido, por cesárea. ¿sabes lo que digo? Dolor. –contestó ella misma-.
-          Pero ahora ya no hay nada de lo que preocuparse Bárbara, todo está bien, Raulito está perfecto y tu pronto te recuperarás y volverás a casa. – sentenció la enfermera con un optimismo encantador-.
Volvieron a estar a solas. Bárbara sonreía a su retoño y le hacía algunas monerías. Silvia, permanecía allí de pie. Incómoda, callada, lejos de sentirse agregada al momento. No imaginó que iba a estar contando segundos mentalmente para intentar que los silencios no parecieran tan largos. Al final, no tuvo más remedio que interrumpir el flechazo de la madre.
-          Bárbara, ya sé que no es el momento, pero no veo otro.  ¿crees que él querrá verme?
La mujer, apartó la mirada de su hijo y la dirigió a la chica indefensa, sola y tímida que tenía al lado. Vio la maleta y sintió sus ilusiones, su energía, sus ganas de empezar una nueva vida. Pero nada de aquello le hacía tener una respuesta a aquella pregunta.
-          Quién sabe cariño.- contestó al fin-. Con Richard nunca se sabe.
¿Y eso que quería decir?
-          Creo que iré al baño. Vuelvo enseguida. – se disculpó la intrusa-.
Bárbara sonrió tímidamente y volvió a zambullirse en los oscuros ojitos de Raulito.

No había pensado en que quizá Richard no le agradara verla. Ni siquiera había creído que sobraba. ¿Cómo no lo había visto? ¿Tantas eran las ganas de volar del nido? ¿Qué clase de aventura era esa? Estaba tan disgustada con ella misma que se dejó caer en una sillita de plástico de la sala de espera, sin nada que esperar. Sacó su móvil del bolso con la intención de llamar a Sergio. ¿Qué le diría? Sergio, tenías razón, no hay lugar para mi aquí. Le sorprendió ver que estaba a apagado, ella nunca desconectaba el teléfono. Al encenderlo, le llegaron tres mensajes y los tres fueron llamadas perdidas de Richard. Se levantó presa de su nervio. Se mordió dos uñas y se volvió a sentar al tiempo que miraba de un lado a otro del vestíbulo por si lo veía entrar o salir. A los cinco minutos de espera agonizante volvió a sonar.
-          ¿Sí? – contestó tímidamente-.
-          ¿Silvia? ¿Me oyes? Soy Richard. 
Ella se estremeció de cabeza a los pies. Si él estaba en el hospital estaría cerca. Casi podía olerlo. Volvió a mirar a su alrededor con la esperanza de verlo y correr hacia él. Había imaginado este momento mil veces durante estos meses. Unos meses que también la habían sumido en una pena inolvidable. Si no hubiera sido por Bárbara nunca hubieran vuelto a hablarse.
-          Bárbara ya ha tenido el bebé. –informó Richard, tan solo para oír cómo sonaba-. Soy padre.
-          Lo sé. –Contestó Silvia, que ya había logrado distinguir el humo de su cigarrillo en la puerta-.
Se dirigía hacia él en ese instante, llevando consigo una maleta que le pesaba horrores y que le hacía parecer estúpida. Estaba claro que tendría que regresar aún sin haber estrenado su ropa nueva.
-          ¡Enhorabuena! – le dijo alegremente cuando estuvo a unos pasos de él.  
Y Richard la oyó en estéreo. Se giró, la buscó y la vio.
Su ángel estaba allí. De pie, mirándole. Se acordó del primer beso, de sus manos suaves, del frío de Vilafranca, se acordó del colgante y vio que lo llevaba puesto. Y además, ella sonreía. No lo habría hecho tan mal después de todo, pensó.
-          ¿Qué haces aquí? – se sorprendió él echando un paso atrás -.
-          Bárbara me indicó cómo llegar. Fue idea suya. – los ojos al suelo-.
-          ¿En serio?
-          Sí -dijo alzando los hombros en señal de ignorancia-. A mí también me pareció raro –mintió, la creyó en todo momento, ilusa-.
-          No sé qué trama Bárbara, pero te juro que deseaba verte.
Después de haberse lanzado con una frase que, por fin, le había salido del corazón; la abrazó con fuerza y le levantó varios palmos del suelo. Encajó su mano en la nuca de ella y le ladeó la cabeza para poder ofrecerle el mejor beso de reencuentro del mundo. Mejor que el que ella había imaginado. Mejor que en sus sueños. Aun la tenía sujeta al vuelo cuando las piernas de Silvia rodearon la cintura de Richard, en señal de: No voy a dejarte marchar nunca más.

Entraron a la habitación cogidos de la mano, Richard llevaba la maleta y los dos lucían una sonrisa de lo más especial. Bárbara, por el contrario, los miró con la expresión sombría.
-          Vaya, ya veo que os habéis encontrado. –espetó-.
-          ¿Y ahora que te ocurre? –dijo el padre-.
-          ¿Crees que es normal que no hayas querido ni mirar a tu hijo a los ojos? ¿Tanta prisa tenías por verla?
-          Bárbara… ¿qué estás diciendo? ¡Ni sabía que ella estaba aquí! Reaccioné mal, perdóname, por un instante me sentí abrumado. Quiero conocer a Raulito.
Silvia, a pesar de sentirse a salvo entre la mano fuerte y decidida de Richard; notó su inquietud. Notó una respuesta vacilante en él. Notó el miedo, sintió el golpe duro de la verdad. Ella era un cebo, una trampa en la que ambos habían caído de lleno.
-          Ahora lo sé, querido Richard. Fue tan fácil ver cuál sería la luz que te quitaría a ti la carga…
Bárbara no deseaba la felicidad de él, ella tan solo comprobaba en qué lugar encontraría Richard la calma. Dónde cesaría el remordimiento y en qué momento se le permitiría empezar de nuevo. Y estaba claro que no había visto la luz en cuanto vio a Raulito. Sin darse cuenta, y en un arduo trabajo moral por parte de Bárbara, las cosas se pusieron en su sitio y cada uno obtuvo su lugar en el mundo.
-          No me hagas esto Bárbara. – dijo, con la voz quebrada-, quiero ser su padre. Podemos llevarnos bien. –dijo, mirando primera a Bárbara y luego a Silvia-. Podemos. Es raro, lo sé. Pero nosotros podemos.
Las chicas se miraron y desconfiaron la una de la otra. Silvia no sabía de qué hablaban, supuso que debía ponerse al día en muchas cosas. ¿Estaría preparada para esto? ¿Amaba tanto a Richard como para aceptar esta situación? ¿Para eso había venido?  Richard hablaba de un pecado y de una carga que no podría hacer frente sin una de ellas. Las necesitaba a ambas y necesitaba a Raulito.
-          No puedo vivir así Bárbara. Si me obligas a escoger jamás estaré en paz.
Se hizo el silencio y Raúl lloró. Lloró y gimió insistente. Parecía decir: Mamá, no le hagas eso a papá. Pero mamá se lo pensaba. Dejó que los gritos de su hijo se apoderaran del espacio.  
Fue el propio bebé que sentenció la duda que se había formado en esa pequeña habitación. Fue al sentir las manos de su padre alzándolo, fue la sonrisa de Silvia sobre su rostro rechoncho, fue la seguridad de la respiración de su madre. Raulito dejó de llorar, hizo una mueca de alegría y conjuró así un hechizo de amor que perduró en los años. Haciendo de aquella peculiar familia un regalo de los que muy pocos gozaban: Por fin, la felicidad.




Comentarios

  1. Oh, qué lindo. Después de la desconcertante parte anterior aquí creo que has resuelto el embrollo y has salido airosa, porque menudo berenjenal que te habías preparado,muchacha. No era fácil, me ha gustado mucho cómo se resuelve todo, pensé que Bárbara iba a morir, aunque sólo pudiste poner unas pocas frases por ser tan corto el relato, sí que ha habido tensión. Me gustan también las reflexiones de Bárbara y la típica reacción de Richard de salir por pies. Lo último de Richard, te ha quedado muy Obama, sí, podemos!! En serio, ha estado muy bien y he disfrutado mucho con la historia.
    De tu nueva novela me alegro de que estés en racha creadora y a publicar, a ver si consigues editorial, o ganas algún premio.
    Mucho ánimo.
    Besos

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    1. ¡Oh Norah! No sabes cómo me suben el ánimo tus comentarios. Y no sabes cómo le di al coco para salirme airosa! jajaja hice un buen ejercicio de creatividad con este relato. Era la primera vez que escribía en cadena, sin poder retroceder en la historia para corregir cositas que luego no me iban bien. Imagíname, primer día de vacaciones y un solo objetivo: DESENLACE. Una gran taza de café. Puerta del dormitorio cerrada para no molestar a mi Richard. Y venga a teclear. Lo he pasado maravillosamente. Te que agradecerte este seguimiento que me has hecho, porque sin tus comentarios no sé si lo hubiera conseguido. De verdad, me has brindado una ayuda que necesitaba. Muchas gracias de todo corazón. Mil besos guapa.

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