RICHARD: UN PASO ATRÁS - (11)

RICHARD: UN PASO ATRÁS
A tres noches para Noche Buena y Richard no había conseguido conciliar el sueño en ninguna de ellas. El mensaje de Bárbara le atosigaba en su inconsciente, también el pasado que había vivido con ella. El riesgo, el sexo desenfrenado, las drogas, el alcohol, la música del Club. Todo aquello le venía a la mente en cuanto intentaba cerrar los ojos. Luego, para apaciguar su alma pensaba forzosamente en Silvia, un ángel. El que debería ser su ángel.
Por fin, Ernesto le había encontrado un empleo con el que olvidaba por unas horas el dolor de cabeza que le había producido escuchar esa voz de nuevo. Entre capas y capas de sobres de jamón curado envasados al vacío, botellas de cava y de vino, turrones y polvorones; Richard se estremecía al recordarla. Aquella mujer había marcado su pasado de un modo que ahora le parecía casi imposible. Sí, habría hecho lo que ella le pidiera.
-       Vamos Richard, acércate al hospital a ver cómo está Oscar.
-       ¿Para qué? ¿Qué necesitas?
-       Necesito que muera. Solo de ese modo podré recuperar lo que es mío. Mi empresa.
No le fue fácil hacerlo, el remordimiento por haber matado a su tía y el miedo de que algún día pudieran dar con él lo perseguían. Pero ella lo apaciguaba todo con aquella sonrisa maléfica, que le cautivaba, le aturdía y le hechizaba a la vez. Sabía que luego, después de hacerlo le esperaba la mejor noche de su vida. Bárbara sabría como recompensarle. Le volvían loco sus curvas, sus vestidos, sus perfumes. Pero no solo eso, sino algo mucho más intenso: Sus ideas, sus pensamientos, su rencor y su divina forma de hablar. Pensó que si conseguía impregnarse de su esencia, quizá lograría deshacerse de su penitencia. Así que se armó de valor y tras ser sermoneado e informado se lanzó a hacer realidad los sueños de su amada. Pensó en ella cuando apretaba la almohada en el rostro de aquel señor que se recuperaba de un fastidioso accidente de tráfico que lo había dejado vivo, pero sin una pierna y con un solo riñón. Pensó en su tía Rita y en la sangre y en el disparo. Creyó que con el último suspiro de Oscar se irían también los fantasmas. Y así fue. Porque luego lo pasaron en grande. Y mucho más tarde, cuando Bárbara ya consiguió lo que quería, Richard se convirtió en un hombre con suerte. Había conseguido que alguien tan perverso como ella, lo amara.
-       ¿Qué pasa muchacho? ¿estás nervioso? – le interrumpió Ernesto que venía a hacer la ronda-. Todo el pueblo sabe que pasarás las Navidades con Silvia. –sonrió-.
-       Si, sois muy chismosos en Vilafranca. – dijo, sonrojándose-.
-       Eres el primer chico que lleva a su casa. Espero que estés a la altura.
-       Si tu intención es ponerme más nervioso Ernesto, lo estás consiguiendo.
Que simple y bonita le parecía la vida en Vilafranca. Había quedado con Sergio a la salida del trabajo para que éste le ayudara a comprar un bonito regalo a Silvia. El mecánico todavía estaba trabajando cuando Richard entró en el taller. Vio su motocicleta allí en el rincón, estaba casi terminada. Le había cambiado el motor entero y Sergio se había enrollado y le había colocado algunas piezas nuevas, de ese modo le duraría muchísimo más. Mientras Sergio terminaba con lo suyo y se lavaba las manos, Richard se sentó en su pequeña y vislumbró la carretera, el viento en su rostro: la libertad. La última vez que había aparcado su motocicleta fue para cometer un asesinato. Otro. Y ahora se preguntaba si no ocurriría lo mismo. Por lo visto, la purga no había terminado.
-       ¡Richard! –le sobresaltó el grito de Sergio-, despierta tío que nos vamos.
Salieron andando dirección a la calle del centro, donde estaban las tiendas, donde había besado a Silvia por primera vez. Pasaron por delante del escaparate de una joyería y Sergio le había dicho: Las joyas son siempre un acierto. Y a Richard le pareció que era innegable. Bárbara se había comprado muchas joyas en el pasado, le encantaban; había tenido unos pendientes de brillantes azules que él se había metido enteros en la boca mientras hacían el amor. Eso a ella le ponía. Acabó escogiendo una bonita cadena de plata muy finita con un hada como colgante.
-       Le va a encantar. ¡Tienes buen gusto! –le dijo Sergio-.
Y Richard pensó que la joya que había escogido era lo opuesto a lo que a Bárbara le hubiera gustado. ¿Por qué había cambiado tanto su forma de ver las cosas? ¿Estaría a la altura de esa nueva familia? O quizá debería conformarse con lo que ya había cosechado.  “Voy a tener un hijo tuyo, cabrón” –le leía en su pensamiento y la podía oír gritar-. Podía verla incluso cuando se dio cuenta de que él había desaparecido. Podía sentir cómo la ira de Bárbara ocupaba todas sus entrañas. ¿Podría ser que tuviera suficiente poder como para terminar con sus ilusiones? ¿Podría haber contratado a otro idiota para que lo hiciera matar? ¿Llegaría su mente perversa a desear la muerte de Silvia?
Aquello lo hizo estremecer y Sergio se dio cuenta de que a su amigo le ocurría algo. Le ofreció entrar en una cafetería y tomar algo caliente, a ver si así se sentía mejor.
-       Te has puesto totalmente blanco en un momento, tío. Vamos, tomemos algo.
Se sentaron en una mesa de cuatro y pidieron dos cortados, el de Sergio descafeinado. Richard estaba descompuesto y el trago caliente le sentó bien. Le hizo mantener su interior vivo mientras su corazón se helaba por momentos.
-       ¿Cómo llevas mi moto, tío? –dijo muy serio-.
-       ¡Está lista! Lo tenía todo pensado, después de la cena de Noche buena podrás sacar a mi hermana a dar una vuelta. A ver las estrellas. Es lo que más le gusta. –sonrío-.

Y a él le hubiera encantado hacerlo. Solo que, de nuevo su pasado no dejaba que siguiera su camino.
Había llegado el día y ella sonreía inocentemente desde la barra del bar. Él iba al taller a recoger su moto. Durante el segundo y medio que duraron sus miradas Richard sintió el amor. Sintió el deseo de poseerla, de mirarla, de protegerla, de hacerla suya. Y con eso se quedó, mientras dejaba la caja con su regalo en el mostrador del taller, con una tarjeta que decía: “Dale esto a tu hermana, por favor, y dile que en cuanto pueda, terminaré lo que empecé con ella”. Al lado, un sobre con el dinero que había costado la reparación.
Se fue antes de que Sergio oyera sus pasos desde la oficina.
Arrancó su moto descubriendo el nuevo rugido, la nueva potencia, la nueva vida. Se puso el casco y pasó por última vez por delante del Bar. La miró, ella no le miró a él y entonces Richard se prometió que sería suya. Costara lo que costara.

Comentarios

  1. No vale!! A ver cómo te las ingenias para que Richard pueda tener una vida normal, con la de cuentas pendientes que está dejando por el camino. La historia se está enredando mucho, da pena que no se haya podido quedar en Vilafranca, feliz con Silvia criando churumbeles, pero claro, eso sería otro libro. Toca esperar

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