REFLEXIÓN DE VALORES

REFLEXIÓN DE VALORES

¡Hola!

No se vosotros pero yo llevo unos días que no soy intelectualmente nada. La página en blanco de Word me amenaza con robarme la creatividad y es que, mi cerebro está ocupado. Y yo me pregunto si el vuestro lo está también. Estoy obsesionándome con esta crisis. Leo todo lo que pasa por mis manos, investigo línea a línea los artículos con la esperanza de comprender algo de lo que está pasando. Me obsesiono con estos políticos que nos creen y nos hacen creer idiotas. Y al final, oye, ¡casi lo consiguen!

En mi vida, me rijo por unas normas, unas bases y unos valores que me ha enseñado mi familia. Una familia humilde, trabajadora, una familia unida y una familia que ha sufrido mucho, pero que siempre ha salido adelante; quizá, precisamente, por estos valores que vienen ya de otras generaciones.  A veces, riño con mi madre porque creo que me ha criado demasiado bondadosa, demasiado sufridora. Me ha enseñado que hay cosas que están mal, que hay cosas que no se pueden hacer, por muy tentada que te sientas. Hay cosas y sobretodo acciones que jamás se me ocurrirían ya porque soy así. Porque tengo sentimientos y lo que es peor, remordimientos.

Y ahora, últimamente, desde que me interesa lo que pasa en el mundo estoy descubriendo que no es así, que la gente no se rige por estos valores. Que no hay nada de humilde, ni de sensato, ni de honrado en la casta política. Que hay unos señores que se suponen que saben más que yo, que se supone que deben saber más que yo y que saben y actúan de acuerdo a las necesidades de los ciudadanos. Al menos, es lo que he creído durante toda mi inocente adolescencia y parte de mi juventud.   He creído que si yo era responsable de mi trabajo, sea cual sea, y es mi obligación hacerlo bien. Ellos también, cada uno en su grado de dificultad, claro, pero con la “obligación” o la responsabilidad de hacerlo bien. Ya me conformaba yo con mi sueldo de setecientos euros y también me conformaba y hasta veía normal que los políticos, que tienen tareas tan arduas, que saben de economía, de educación, de sanidad, de un millón de cosas que mi mente no abarca; no sé, para mi cabeza inocente creía que era lo justo. Ellos con su trabajo y yo con el mío, todos en armonía cumpliendo con las reglas y los valores aprendidos de las generaciones pasadas.

Y ahora, a las puertas de la treintena, cuando ya me había empezado a dar cuenta de que no todo era tan fácil, que no todos creían que había un castigo por pecado. Cuando empecé a ver que sólo unos cuantos se regían por el sistema de valores que me habían enseñado a mí; resulta que no sólo no hacen bien su trabajo, sino que además, nos roban. Nos desprecian, nos engañan, nos ahogan. Se ríen de nosotros. Nos creen idiotas, nos creen ignorantes, nos creen monigotes. ¡Y NO PASA NADA!

Eso no es lo que me enseñó mi familia. Si me equivocaba, debía pedir perdón y si no lo hacía, me hacían sentir tan mal que acababa convenciéndome de que no podía seguir con mi vida si no aceptaba mí culpa y pedía perdón. Me enseñaron a no faltar nunca de mi responsabilidad, e intento en lo posible no hacerlo. Me enseñaron a amar al prójimo y no hago otra cosa en el día a día que sentirme en la piel de los demás, intentar entenderlos y ayudarles en lo que fuera.

Y pienso… ¿es tan difícil? YO VIVO CON SETECIENTOS EUROS, VIVO CON MIS VALORES Y MIS CREENCIAS E INTENTO SER FELIZ CON LO QUE TENGO. ¿Es tan difícil? ¿En serio?

No quiero ni pensar en qué me pasaría a mi si me pillaran robando millones de euros a la gente humilde de este país. No quiero ni pensar en la de noches sin dormir y en las pastillas relajantes que debería de tomar. No quiero ni imaginar la vergüenza que sentiría si alguien hiciera público que soy una ladrona y que por mi culpa está sufriendo mucha gente.

¡Señores, es que es muy fuerte!

Y lo peor es que parece que es normal. Es normal que nos confundan con leyes absurdas, es normal que se suban los impuestos mientras ellos se embolsan esas cantidades que a nosotros nos cuestan tantísimo de ganar. No es justo. Tampoco es justo cuando un campesino se monta en el dólar estafando a sus iguales y tampoco es justo que yo tenga que pagar más por todo lo que uso, cuando lo único que hago es vivir el día a día.

Hay quién dice, que esto acabará con sangre, como se terminan estas cosas siempre. Y yo pienso que no debería ser así, porque la sangre alcanza siempre a los más débiles. Para que no ocurra eso está la JUSTICIA. Y sobre ella descargo yo mi reflexión matutina. Porque… no hay cosa que me cabree más que ver la injusticia delante de mis ojos y no poder combatirla. No deberíamos estar viviendo esto. No deberíamos estar permitiendo esto.

En fin, que no sirve de mucho el despotricar pero es que tenía que sacarlo. Estas cosas que ocurren, esta crisis que nos azota, esta peste que nos han lanzado desde las alturas y desde los privilegios de unos pocos; esta mierda ya está afectándome demasiado. Estaba afectando a mi creatividad y con eso no se juega. No debe haber nada que impida seguir escribiendo. NADA. Y esta gente casi lo consigue. ¡Ni hablar! Ya está bien de sentirme tan chiquitita que a veces me parezca que ni siquiera existo. Ya está bien de aceptar y tragar todas las triquiñuelas que se inventa esta gente sin valores. Ya está bien.

Espero que haya muchísima más gente que piense como yo. Espero que dejemos de sentirnos anulados, espero que podamos luchar más y permitir menos. Ya sabemos que de vergüenza no tienen ninguna, así que habrá que buscar la manera de echarlos de ahí. A todos.

Ala, he dicho.