BÁRBARA Y RICHARD, AFRONTANDO EL FUTURO. – (12)

Hola a todos,
Siento el retraso con la actualización de mi blog. La verdad es que el año ha empezado con fuerza, gracias a Dios, y el trabajo no me falta. Dispongo de menos tiempo pero en la medida que puedo, sigo con lo mío. Lo necesito. Os dejo la penúltima entrada de la historia de Richard. En la próxima ya viene el desenlace.
Tengo muchos proyectos para este 2013 y estoy deseosa de compartirlos con vosotros.

BÁRBARA Y RICHARD, AFRONTANDO EL FUTURO. – (12)

                Mirándose al espejo la descubrimos. Todavía no se le nota barriga pero sus pechos empiezan a crecer. Tuvo pesadillas todas las noches desde que lo supo. Y odió al padre de la criatura mucho más que a su propio padre, que la había abandonado a ella en su niñez. Pensó que si las cosas hubieran sido distintas, si hubiera sabido tratar a Richard de la forma correcta quizás no lo hubiera perdido. Soñó que con el parto derramaría su fuerza. Soñó que saldría de sus entrañas toda su vitalidad. Soñó que moriría.
                Se estremeció al imaginarlo, todavía frente al espejo, alucinando con sus tetas. La panza seguía igual, el bebé no se veía pero se alimentaba ya de ella. Demasiado tarde para arrepentirse. O quizá no. Las dudas la sumían en un estrés incontrolable. Se le estaba cayendo el pelo, lo venía notando desde hacía unos días. 
                Aquello le sobrepasaba. Maldito Richard. Le había colgado el teléfono. ¡Le había colgado a Ella! La ira hacía que se moviera de un lado a otro de la habitación. Él no merecía vivir sin la responsabilidad. Él había engendrado ese niño y si decidía no ser padre, al menos, debería cargar con la culpa de serlo y abandonarlo. Al poco tiempo la ira dejó de apaciguarla y empezó el llanto. Empezó a llorar un martes por la mañana y no dejó de hacerlo hasta el viernes. Un viernes que amaneció grisáceo y frío, muy frío. Por suerte había cambiado de apartamento, pensó. Gracias a Richard pudo recuperar su dinero. Un dinero que le intentaron estafar. ¿Por qué había tenido una vida tan difícil? Mientras pensaba en eso, se sorprendió hablando con su barriga: No voy a permitir que te ocurra lo que a mí.
                Se sentó con cuidado en el sofá, desanimada, como lo había estado los últimos días, pero no lloró. Sintió que algo había cambiado en su interior. Estaba más tranquila, intentaba no hacer mucho esfuerzo, pensaba continuamente en el bebé y sin darse cuenta ya había abandonado toda duda. Se vistió y se dirigió a la biblioteca, quería hacerse con todo lo que hablara sobre el embarazo. ¿Había sido alguna vez feliz? ¿Tanto como ahora?
                Comía sano, aborreció el tabaco y dejó de usar tacones. Compró tres pares de manoletinas y soñaba con su inminente barriga y en los modelitos que compraría para lucirla bien. Ni siquiera pensó en él, al menos durante aquellos días en los que, muy lejos de la depresión, se sentía radiante. Si alguna vez había vivido triste, si alguna vez se había sentido fracasada y abandonada, ahora ya no. Y nunca más volvería a sentirse igual. 

                Mientras la buscaba, se convencía de que no existían en la vida segundas oportunidades. No se puede matar, robar y abandonar a la gente. Estando con Silvia casi consiguió olvidar todo aquello. Casi.
                Hacía demasiado frío para llegar de una vez. Debía parar, buscar otra pensión, dormir, descansar.  Una tortura tras otra.  De nuevo en la carretera, con el frío filtrándose en sus huesos, pero sin sentir una pizca de libertad. Había pasado Nochebuena y Navidad sumando kilómetros en vez de estar en casa de Silvia. Imaginó la decepción en el rostro de ella, la rabia en Sergio y la confusión en Ernesto. No hacía más que hacer daño a la gente que le quería. Decidió, en un momento entre la noche y el alba, que no era justo que las personas con las que le gustaría compartir el resto de su vida conocieran a un Richard atormentado por el pasado. Aquella única idea le mantenía cuerdo. Su alma estaba tranquila cuando se auto convencía de que aquella búsqueda del pasado lo ayudaría a recuperar la felicidad futura. Y así, entre fríos, vientos y reflexiones continuas; Richard empezó a reconocer los alrededores. El recuerdo de unos días extraños vino a su cabeza. Recordó el coche de Bárbara, el frío del anterior invierno, la nieve. El calor de la noche, de su aliento, su magia. Se preguntó si Silvia le iba a dar aquello. Se preguntó si en realidad quería la vida que Silvia podía ofrecerle. Y si todavía se la entregaría a su regreso. Bárbara había sido muchas cosas: celosa, nerviosa, impulsiva, impaciente, ambiciosa y arrogante pero ahora que lo pensaba detenidamente; quizá no le había tratado tan mal. Recordó la pelea y ahora no le pareció tan desagradable.  Lo había hecho lo mejor que sabía.  Quizá, en su momento, no estaba preparado para lo que ella necesitaba. ¿Y ahora lo estaba? ¿De verdad se estaba planteando estas cosas?

-          VOY A TENER UN HIJO TUYO, CABRÓN.

Era una frase que no conseguía sacarse de la cabeza. Si abandonaba a un hijo sí que ya no podría perdonarse nunca.  Se preguntó si querría, si podría vivir con eso también.  Necesitaba comprobarlo. Cuando, por fin, la encontró; ella salía de su edificio. Richard estaba escondido tras los cubos de basura. Llevaba un abrigo negro largo hasta media pierna que le impedía comprobar si realmente estaba embarazada. De pronto se sintió estúpido. Había recorrido mil kilómetros para esconderse en un cubo y espiarla. Triste, se dijo.
                La estuvo siguiendo lo que quedaba del día. Entró y salió de su nuevo apartamento por lo menos cuatro veces y cada vez que regresaba lo hacía con un paquetito. Cuando ya empezaba a anochecer y probablemente fuera su último viaje vio la bolsa de cartón de color malva, con la marca escrita en blanco: El Recién Nacido; por fin había descubierto algo.

                Una mezcla entre cansancio e ilusión se había apoderado de ella. Acumuló todas las bolsas encima de la mesa del comedor y sacó todas las prendas que había ido comprando, ¡en solo un día! Estaba eufórica. Llevó todas las cositas de bebé a la habitación que hasta ahora era de invitados, i las dejó sobre una de las dos camas individuales. Miró a su alrededor y le dijo a su barriga: Mami dejara esta habitación perfecta para ti. Y pensó que al día siguiente empezaría a crear un borrador de decoración sobre el piso entero. Sonrió imaginando su proyecto concluido. En medio de su ensoñación llamaron al timbre de la puerta de abajo. Por instinto, miró la hora y se dijo que no podía recibir visitas tan tarde. Miró el móvil y tampoco tenía mensajes. A fin, se decidió a abrir.
-          Bárbara, soy Richard. Tenemos que hablar. Abre.
                El corazón le dio un vuelco y empezó a notar sus latidos en la garganta. Ahí viene tu padre, pensó para sí pero refiriéndose a su futuro hijo, Mamá no está preparada para él. No imaginó que su llamada funcionaría, no creyó ni por un instante que él regresaría. Recordaba la pelea, recordaba perfectamente lo energúmena que se había puesto. Había gritado como nunca y pataleado, suplicado también. Hubiera hecho cualquier cosa para retenerlo a su lado. Lo amaba. Lo amaba con todo, con su pasado, con sus miedos y sus inquietudes. Con sus manías, sus pesadillas. Lo amaba más que a nadie.  Pero él no. Y ahora, ahora ya no era su prioridad. Ahora volvía y tragándose el orgullo que nunca creyó que pudiera tragarse, abrió la puerta y lo encontró allí. Con aquellos vaqueros, su chupa, las botas sucias y el casco helado. Sus ojos castaños, frágiles, indecisos. El pelo alborotado, un tanto chafado en la nuca. Ahí está papá, como si nunca nos hubiera dejado. En ese momento supo que daba igual que la hubiera abandonado. Le importaba un pimiento que estuviera con otra. Miles se habían enamorado de Richard antes y probablemente después de ella. Pero ella tenía a su hijo en el vientre. Es Ella y solo Ella quién tiene un hijo de Richard en su interior. Le reconfortaba saber eso, le era suficiente.
-          ¿Entonces, no vas a abandonarnos? ¿Estás limpiando tu alma?
Humeaban las tazas de té que se habían servido y Richard pensó que ella había cambiado. No tanto físicamente, todavía no se le notaba. Debería estar de tres o cuatro meses, pensó. Pero se la veía distinta, serena.
-          Te agradecería que no me contaras historias baratas, Richard. Tengo cuarenta y dos años y sólo tengo esta oportunidad de ser madre. He decidido tenerlo. ¿Qué decides tú?
Richard cavilaba esa respuesta en silencio. Ella esperó paciente como nunca lo había sido. Él comprendió una cosa en ese instante: La vida si daba segundas oportunidades a la gente. Bárbara la había conseguido. Se sentía radiante y estaba alcanzando la felicidad, a pesar de sus pecados, que no fueron pocos. Entonces, lo vio claro. Para él también la habría. Él también merecía ser feliz.

Comentarios

  1. Oh, vaya, te lo has cargado de golpe y porrazo. Qué pena, con lo entretenido que estaba...espero que lo recuperes en otro momento, nunca se sabe¿no? Me ha gustado este giro, las etapas por las que pasa Bárbara, su labilidad emocional por culpa de las hormonas. ¿Cómo no sabe de cuánto está? Mándala al médico, mujer, es importante. Esperaremos el capítulo final.
    Me alegro de que tengas tantos proyectos.
    Besos

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    Respuestas
    1. Tener una seguidora como tu me saca la sonrisa cada vez que te leo. Te doy las gracias por este apoyo que me transmites. ¡¡Es tan importante!! Y sí, seguro que lo recupero más adelante. ¿Quien sabe?
      El que no sabe de cuanto está es él, que calcula más o menos de cuanto estará. Es un pájaro, ¡no tiene ni idea! Cómo me he reído con el: ¡Mándala al médico mujer!
      A veces me olvido que ser escritora tiene estas cosas... Un besazo guapa.

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