UN REGALO - UN RELATO: PUNTO MUERTO (1)


En motivo de la bienvenida de mis primeras seguidoras, os dejo con uno de mis relatos. Supongo que todavía no conocéis mi literatura así que ¿por qué no dejaros una pequeña muestra?
Estoy muy agradecida por vuestra atención y comentarios. Y espero, que a partir de hoy tengáis un huequito para mí en vuestro día a día. Desde luego, que yo lo tendré. Hasta pronto!!!
 
PUNTO MUERTO



            Hacía quince años que no había visto a Clara. Ya no recordaba cómo fue que dejaron de verse. Suponía que la distancia, el matrimonio, los niños.  Se preguntaba cómo le había tratado la vida a su amiga, recordaba que tenía el pelo más rizado que jamás había visto y que pasaban horas peinándolo antes de salir a bailar.  Aquellos recuerdos la hicieron sonreír, pero no con demasiada nostalgia. Pidió un café con leche mientras la esperaba. Muy caliente, con sacarina. Tenía el móvil en la mesa, pendiente por si la llamaban de la oficina o del colegio, o el abogado. Aquel aparato le había consumido la vida, se decía en silencio.
            Clara se retrasaba. No había cambiado, sonrió. Se preguntaba qué extraño poder le había ofrecido Dios a su amiga como para no estar nunca sujeta al tiempo. Le parecía fascinante. Había contactado con ella a través del teléfono fijo de casa de sus padres, el que conservaba. Le había dejado a su madre un número de móvil y decidió llamar. Contestó al primer tono. Le preguntó si seguía viviendo en Barcelona, ella dijo que sí y Clara le indicó rápidamente cuando y donde podrían verse. Sin más. Ella había aceptado, un tanto incómoda porque no sabía si en realidad podría escaparse del trabajo y luego colgó.
            Habían pasado más de veinte minutos y no entendía por qué seguía allí, esperándola. Se enfadó con ella misma por haber imaginado tan siquiera que Clara iba a cumplir con su palabra. ¿Qué esperaba de ella? Pagó el café y el muffin que había pedido y salió de la cafetería un poco ruborizada por lo ridícula que se sentía. Caminó rápido haciendo ruido con sus tacones dirigiéndose hacia el despacho. Qué manera más absurda de perder el tiempo, pensaba. De repente, una mano enguantada en piel le sujetó el codo desequilibrándola y obligándola a seguir el rumbo de aquel desconocido que le llevaría a una furgoneta azul aparcada a una manzana.
-          Venga conmigo. Clara la espera.
            Alguien abrió la puerta lateral de la furgoneta, y la misma mano la empujó dentro. El cierre brusco la asustó y ahogó un grito en la mano de Clara.
-          Tranquilízate Mery. Soy yo.
-          ¿qué es esto?
-          Vamos a ir a un lugar seguro y ya te voy contando ¿de acuerdo?
            Asintió porque no podía escapar. Se tomó un momento para reconocer a su amiga. Vestía con unos vaqueros gastados, una camiseta de propaganda de GreenPeace de color verde oliva y su larga melena rizada ahora era más bien rojiza y a la altura de los hombros.
-          ¿Quién eres? –se le ocurrió preguntar-.
-          Siento las maneras pero necesito tu ayuda.
            Salieron de Barcelona por la ronda y se dirigieron a la carretera de curvas del cementerio. Aparcaron en un lugar lo suficientemente escondido del mundo y siguieron a pie un buen rato. Sin hablar, esquivando piedras, arbustos, matorrales. Espinas que se enganchaban en las caras medias de Mery, y un terreno que estropeaba sus zapatos.
-          ¿Cuántos hijos has tenido? –preguntó por el camino Clara-.
-          Dos. Jonathan de diez y Elisabeth de seis.
-          ¿Te acuerdas que dijimos que tú serías la tía Mery y yo la tía Clara? Supongo que ya son mayores para presentarles a una tía nueva, ¿verdad?
-          Supongo. ¿Qué paso? ¿Por qué te fuiste?
            El séquito de matones que iba en frente se paró. El hombre de las manos enguantadas dejó de sujetarla y la ayudó a sentarse en un pedrusco lo suficientemente grande como para albergar su trasero. Ellos se quedaron de pie, en círculo y Clara paró en cuclillas frente a ella.
-          Te necesito Mery. Tienes en tus manos un bien para la humanidad. Conoces a un hombre capaz de poner fin al vertido de escombros y basuras en los océanos. Está a punto de cerrar un trato con la O.N.U y tenemos que impedirlo.
            Clara tan solo miraba a su antigua amiga, perpleja. Intentando adivinar qué tenía que ver en ese asunto.  
-          Se llama Ernesto Codina. Es cliente de tu bufete.
-          ¿Cómo lo sabes?
-          Le hemos estado investigando. En su laboratorio han encontrado una fórmula química para quemar los residuos tóxicos de la basura de un modo rápido, eficaz y sobretodo limpio. Los gobiernos pretenden comprar la fórmula para esconderla en el cajón de los inventos.
-          ¿Y qué interés tendrían los Gobiernos en ocultar eso?
-          Intereses. Hay empresas muy influyentes que se dedican a reciclar esos desechos incluso los venden en África. No puedo contarte ahora todo lo que sé. Pero es urgente que puedas organizar un encuentro con nosotros.
-          ¿Puedes hacerlo?
            Permaneció unos minutos en silencio, valorando la información. Le parecía ruin la manera en la que Clara se había puesto en contacto con ella. Pero comprendía la importancia del asunto, puesto que con esa gente es mejor no enemistarse. Sintió algo llamado miedo, que hacía tiempo que no tenía. Había controlado muy bien todos los asuntos de su vida y ahora, por un momento; sintió emoción. Clara lo vio en sus ojos. Vio aquel brillo de cuando sabían que iban a meterse en líos cuando eran unas niñas.
-          Lo harás. Sé que lo harás. –Sonrió Clara-, por eso vine.
            Pero no era emoción lo que estaba sintiendo, ni siquiera curiosidad o nostalgia. Era un terror absoluto que le recorrió la columna, haciendo que sudara más de la cuenta por un instante en el que se le pringaron las manos. ¿Habría descubierto Clara su secreto? No era una coincidencia que le pidiera ayuda a ella. De hecho, no lo era.
            Ernesto Codina apenas podía conciliar el sueño desde que le habían mandado las instrucciones. Él había trabajado para el mundo, no para el Gobierno. Todos los asesores le advertían de los riesgos que correría si no entregaba sus estudios a aquella Organización corrompida.  Por suerte ya había hecho los trámites de patente y su abogada le había asegurado que nadie podría reclamarle nada nunca. Era suyo y podía hacer con él lo que quisiera.
-          ¿Señor, realmente quiere rechazar la oferta?
-          ¿Y qué hago? ¿Les digo a mis hijos que voy a contribuir a que este mundo siga siendo un lugar horrible?
-          Sus hijos solo verán un mundo perfecto; si acepta. Piense en las consecuencias si lo rechaza.
            Era bien simple: Dinero o tragedia. Estaba a punto de vender su alma al diablo cuando recibió el mensaje de Mery.
            Quedaron en el mismo café en el que Clara y ella se veían normalmente. Sabía qué iba a decir y cómo lo iba a plantear.
-          Tienen a Jonathan y a Elisabeth. No puedes aceptar la propuesta del Gobierno. Nos han estado siguiendo. Saben lo nuestro.
            Estaba aterrada. Tenía los ojos tan rojos e irritados que parecía que le sangrasen. Había llorado durante toda la noche, porque cuando llegó a casa ellos ya no estaban. Confiar en Clara había sido el error más grande que jamás había cometido, mucho más que acostarse con un cliente. Mucho más que enamorarse de Ernesto Codina.
            Lo miraba perpleja esperando su respuesta. Él, de repente, había envejecido quince años. Se tocó maniáticamente las sienes con las dos manos, la miró a los ojos y le dijo lo único que podía decir:
-           Mery, la decisión está tomada. También tienen a mis hijos.  

Comentarios

  1. Jops, yo juraría q me había hecho seguidora!!! pero bueno, ya está solucionado :D
    Un relato muy intenso y un final que puffff
    Espero más relatitos de estos :D
    Besotes

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    Respuestas
    1. Gracias Marylin, es un placer tenerte como seguidora! Muchas gracias!! Besos para ti tb.

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  2. ¿Y? ¿No nos irás a dejar así, no? Sé valiente y dinos qué niños se salvan.
    Besos

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  3. Mmm, me encantaria que se salvaran Jonathan y Elisabeth, pues de esa forma la fórmula inventada por Ernesto estaría en buenas manos.
    Pero, creo, que puestos a valorar, la organización de Clara no sería muy capaz de matar a dos niños. En cambio, el Gobierno y los demás interesados sí. Así que si Ernesto diera la fórmula a los poderosos podrían salvarse los cuatro y formar una gran familia. Aunque... ¿a qué precio? ¿Podrían vivir ambos sabiendo que podrían haber oxigenado un mundo ya condenado?
    ¿Qué será lo que me pasa que de cualquier cosa salen más y más preguntas?

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  4. Ahora que tengo un ratito, me he puesto a investigar tu blog y voilà, me he encontrado con este relato. Me ha gustado la forma de narrarlo aunque el final... te quedas con ganas de más! ¡Muchos ánimos y adelante!

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