RICHARD, EL CHICO MISTERIOSO – (5).

¡Hola chicos!
Nadie ha comentado nada sobre Richard. Quizá no os acabó de gustar su pasado. A él tampoco. Pero me gustaría que le dierais una oportunidad. Es la historia de su vida y por eso la esconde. Por eso huye porque nadie se identifica con ese hecho que marcó su vida.
Mientras crece, mientras anda por la vida va aprendiendo a sobrevivir, sólo ante ese mundo que no le había dado la oportunidad de comprender su dolor.
Espero que con este relato, conozcáis un poco más a este chico Misterioso, que a mí, me robó el corazón.

RICHARD, EL CHICO MISTERIOSO – (5).
La juventud y las ganas de vivir sobrepasaron los remordimientos. Estuvo los siguientes cinco años mirando atrás, preocupado. Sentía que en cualquier momento alguien iba a aparecer y lo iban a detener por haber matado a Tía Rita. Se le aparecía en sueños. Volvía de entre los muertos con su bastón y le amenazaba con llevárselo con él.  Despertaba bañado en sudor y se preguntaba si aquello le iba a durar siempre.
Estaba a punto de cumplir los veintidós años. Se sentía saludable y fuerte, había estado trabajando durante un tiempo en una empresa de transportes que le permitía estar solo demasiadas horas. Le permitía pensar. Pensar en el proyecto de su vida. En cuando iba a poder perdonarse y comenzar de nuevo.
Viajaba casi con lo puesto, acumulando tarjetas de pensiones baratas en su cartera ya desgastada. Su motocicleta, la que compró a un colega del barrio dónde vivía con Tía Rita ya estaba a las últimas. Pensó que de cambiar de moto, habría dejado atrás todo lo que le recordaba a esa época. La miraba a menudo, mientras se fumaba el cigarrillo de antes de subir a la habitación y acostarse. “Este mes cuando cobre, te cambio” -le decía-. 
El día a día se hacía extraño. No sabía lo que andaba buscando en realidad. Vagaba de pueblo en pueblo convencido de que en algún lugar encontraría una señal que le indicara que debía quedarse. A veces se sentía confundido, tentado tan sólo por una cosa: Las chicas.
Todas le parecían más o menos iguales, una cita, un paseo, quizá un cine. Normalmente no invertía más de veinte euros en lo que luego se iba a convertir en una noche de sexo muy placentero con grandes dosis de pasión y morbo. Richard era lo que se solía llamar: Un golfo. De esos chicos que pasean con su motocicleta, haciendo ruido, serios y enfadados con la vida. Todas querían verlo sonreír y todas caían rendidas a sus pies cuando, él se quitaba la chaqueta de piel negra y dejaba al descubierto unos brazos musculosos de cargar cajas en almacenes.
Todas lloraban, todas se despojaban de la dignidad cuando él les decía que abandonaba el pueblo. Todas querían irse con él. Todas hubieran dejado sus vidas, sus estudios, sus familias por irse con él. Con un asesino. Eso sí le hacía sonreír. La estupidez de las adolescentes llegaba a estos límites y a veces, incluso disfrutaba cuando apartándoles las manos que intentaban aferrarse al cuello de su chupa, les decía:
-          No impedirás que me vaya. Esta es mi vida. – dijo en su tono misterioso, imperturbable, totalmente irresistible-.
Quedaban locas de amor. Marcadas de por vida, impidiendo que sus próximas relaciones funcionaran. Los demás tan solo eran niños de la escuela. Nunca encontrarían a alguien como Richard. Habría llenado miles de páginas que hablaban de él en los diarios personales de cada una de ellas. Soy famoso, se dijo en alguna ocasión.
Por fin había llegado a fin de mes. Habían sido dos semanas muy duras. Siempre era duro cuando anunciaba a sus jefes que dejaba el trabajo. Algunos lo sentían de veras y otros se enojaban tanto que le hacían la vida imposible hasta que finalizaba su tiempo. Era un buen trabajador, llegaba siempre puntual, cumplía con su tarea y se llevaba bien con sus compañeros. No quería acumular colegas así que nunca le dio a nadie su número de móvil. Para cualquiera podría resultar una vida difícil, angustiosa, fuera de lo normal. Pero para Richard y su interminable ristra de remordimientos era su mejor manera de sentirse a gusto consigo mismo. En la carretera con la visera del casco arriba, el aire chocaba con fuerza sobre sus ojos y era cuando sentía que era libre. Era feliz en su soledad. A veces pasaba un pueblo, otro, una ciudad. Huía de las ciudades. No le gustaba el ritmo frenético de las ciudades. Aprendió a distinguir los lugares tranquilos y la gente amable. Eso le gustaba. Llegar a la próxima pensión y que una señora honrada y querida le preparara el desayuno teniendo en cuenta sus gustos y preferencias.
Estaba a punto de partir. Casco, guantes, chaqueta, cartera, mochila con sus otros vaqueros, calzoncillos, calcetines, dos camisetas, una de manga larga y otra de manga corta y un pequeño neceser con un cepillo de dientes, el tubo de pasta y una Gillette de usar y tirar que nunca tiraba. Encima de su moto, cansada y desgastada aguantaría un viaje más. Hasta el próximo pueblo.

Comentarios

  1. Me ha gustado mucho esta faceta más íntima. Parece una road movie, y sí, la gente nueva en los pueblos suele tener mucho éxito. La otra parte también la leí, se me pasó comentarla porque en su momento no pude. Esto pinta muy bien, te animaría a que siguieras contándonos poco a poco qué pasa con Richard.
    Besos

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  2. Que bien Norah! Es un proyecto que me hace mucha ilusión. Gracias por ser la primera en darme tu opinión.
    Queria además felicitarte por haber ganado un ejemplar de La Colombiana. Sabía que le tenías ganas y eso me anima muchisimo. Besos!!

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