INSTINTO DE SUPERVIVENCIA (Cap. 6)


 INSTINTO DE SUPERVIVENCIA (Cap. 6)

            Hay noches en las que pienso que puede que papá esté muerto. Ha pasado demasiado tiempo. Las condiciones en las que vivimos son muy precarias, cada día más. Ahora que las bombas han cesado un poco, lo que asusta son las enfermedades. Nadie ha retirado los cadáveres de las calles así que en cuando me levanto me equipo con mis armas y mi mochila de suministros —cada vez más escasos— y me largo a limpiar nuestro trozo de calle. Cuando parece que ya no pueden haber más muertos aparecen unos cuantos más. Hay una niña viva al final de la calle, en la esquina con la Avenida Mistral. Se llama Cristina. El día que la conocí acababa de perder a su hermano y a su padre que intentaban conseguir comida y les dispararon sin preguntar desde la rebotica de la carnicería del barrio. Nunca quiso venirse conmigo pero cuando salgo a limpiar la calle le silbo y ella sale a ayudarme.
    ¿Has oído los disparos de esta mañana? —me preguntó.
    He oído movimiento pero no sé que era exactamente.
    Hay un grupo que vigila las calles del barrio. Hay un líder.
            No sé qué decirle, desde luego que para mí no es ninguna opción encomendar mi vida a un gilipollas que se ha adueñado de nuestras calles. Así que asiento con la cabeza y le pido que me ayude con una mujer que yace muerta en la acera. La llevaríamos al agujero que habíamos habilitado como fosa común unos metros más al norte, aprovechando un socavón que se formó en el asfalto. Es lo mejor que tenemos.
    Voy a ir con ellos. Parecen estar bien, consiguen comida y agua y tienen armas.
    Yo también tengo armas.
            Me mira incrédula y me contesta que yo no puedo protegerla pero que quizás ellos sí. Bien, no me queda más remedio que aceptar su decisión así que cuando terminamos el trabajo me despido de ella realmente convencida de que no la volveré a ver. Cuando llego a lo que queda de mi casa veo a mamá intentando rehacer lo que queda del sofá y los colchones donde dormimos, acurrucadas entre runa. Lo lleva regular, se ocupa de que nuestro hogar siga saludable e intenta combinar lo que queda de alimentos para no quedarnos sin existencias. Jackie aguanta como un campeón aunque ahora ya no puede vernos, se ha quedado ciego.
    Está más asustado si cabe. —Comenta mamá.
            Y yo me paso horas enteras con Jackie entre mis brazos, le acaricio, le calmo e intento imaginar cómo sería vivir este infierno en la oscuridad total.
    Más valdría que muriera, —digo— ¿recuerdas a Cristina? Dice que hay un grupo de gilipollas que andan por el barrio diciendo que pueden proteger a los supervivientes. Que consiguen comida y agua y que se ven sanos.
            Mamá abrió mucho los ojos y vi un atisbo de esperanza en ellos. No se lo tendría que haber contado, no pienso irme con nadie.
            A la mañana siguiente después de besar a mamá y darle algo de mimos a Jackie salgo a comprobar cuantos más han caído. Silbo pero Cristina no sale. Miro a ambos lado de la calle desierta y camino hasta la fosa. No sé por qué hago esto. Miro los muertos y me deprimo. Pienso en si alguien nos llevará aquí o si moriremos y ya está. De repente oigo algo, una especie de gemido intenso. Me giro alarmada y no sé como consigo distinguir lo que veo. Veo unos pies y unos pantalones de hombre enrollados en los tobillos, un movimiento lascivo que me produce acidez. Lo comprendo enseguida y desenfundo mi Katana al tiempo que corro hacia él. La chica es Cristina. Llora y patalea debajo del cuerpo pesado de ese hombre. Es entonces cuando sé que puedo hacerlo y lo hago. Dejo caer la cuchilla en la espalda y le traspaso la camisa y veo sangre automáticamente. Él se sorprende y se levanta tambaleando con los pantalones y los calzoncillos a la altura de las rodillas. Me mira y lo conozco. Es el peluquero. ¡El puto peluquero! Que en cuanto me ve sale disparado hacia mí con los puños apretados. Me armo de valor y ¡zas! le corto la cabeza que sale disparada y rueda por la calle en su última expresión. El cuerpo ridículo sobrevive en pie unos instantes en los que me doy cuenta de lo que acabo de hacer y Cristina también. Luego el cuerpo cae y no me queda otra cosa que decir que no sea: ¡Corre!
            Me sigue y corremos hacia casa consciente de que alguien nos ha visto y de que hay gente corriendo tras nosotras. Se oyen los primeros disparos y yo sigo corriendo olvidando a la chica tras de mí. Entro en el portal y me lanzo como una bala a la seguridad de nuestros colchones. Mamá me mira y ve que estoy empapada en sangre y tengo que apresurarme a decirle que no es mía para no preocuparla.
    ¡Cierra! ¡Hay que cerrar como sea!
            Amontonamos como podemos las piedras que tenemos alrededor para bloquear la entrada. Segundos después una mano consigue hacer un agujero en nuestro escondite y me preparo para cortarla de raíz. Pero mamá me disuade en silencio y me abraza y nos quedamos allí, rezando y suplicando para que no nos encuentren. No lo hacen. Yo ya no vuelvo a salir. Hasta una tarde en la que oímos jaleo a fuera. Retiré las dos piedras que bloquean nuestra salida y vislumbro al grupo de hombres de los que hablaba Cristina. Llevan cintas en el pelo, como Rambo, armas, palos y piedras y vociferan insultos y blasfemas. Mamá me coge del pie y me suplica con la mirada que no salga. Están entrando en todos los edificios, entran y cogen lo que les place, salen y se miran porque no han encontrado lo que buscan. ¿Me buscan a mí?
    Ahora sí tenemos que irnos mamá.
            Ella no lo puede creer así que tengo que hacérselo entender. Preparo en un momento nuestras mochilas. Las Easpack que papá me compraba al inicio de los cursos. Metemos a Jackie en una de ellas y salimos por un sendero que da a la parte de atrás del edificio. Nos escondemos hasta que oímos los disparos. Muchos. La dejo allí escondida mientras me aventuro con mi Katana bien agarrada a dar la vuelta a la calle y verlos desde la retaguardia. Quizá pueda cargarme a un par antes de que lleguen a mi casa. Sí, sí puedo, decido. Y me echo a correr dirección a uno de los Rambos y repito la operación del peluquero haciendo rodar una cabeza más y descubriendo que acabo de salvarle la vida a mi padre.
    ¡Papá! —grito mientras me fundo en un abrazo eterno con él.
            Mi padre ha conseguido llegar hasta aquí, ¡estamos salvadas!, pienso. Pero aun nos queda un largo camino porque él viene acompañado de un chico que está herido. Entre los dos lo cogemos a rastras e intento llevarles a nuestro escondite pero en la puerta principal hay dos hombres más. Indico a papá con el más absoluto silencio que deberíamos ir por detrás y me sigue.  Llegamos como podemos y mamá nos ve. No se cree lo que está viendo y su expresión de sorpresa enmascara el dolor de sujetar a Jackie y decirme llorando que está muerto. Me olvido de toda la situación y caigo de rodillas sobre ella arrebatándole el cuerpecito de mi perro. Me derrumbo y lo abrazo como intentando devolverle la vida pero no puedo. Oigo la conversación que tienen mis padres y me doy cuenta de que es la primera vez que se ven desde mucho antes de que empezara la guerra.
    María ¿puedes limpiar esta herida? El chico me salvó la vida —dice papá.
            Mamá les hace pasar dentro y entre los dos tumban al muchacho en el colchón luego mamá abraza a mi padre y le besa en el cuello.
    Gracias a Dios que has venido. Estaba desesperada.
    Ahora te alegras de que haya sido tan… ¿cómo lo decías… chalado de mierda?
            Ella se avergüenza porque tiene razón. A mamá nunca le había gustado que yo jugara con armas ni que supiera pelear. Decía que mi padre me estaba haciendo a su imagen y semejanza y que estaba apartándome de una vida sencilla y normal.  
    Por favor, ¿pueden ayudarme? —susurra Jordi ya con los labios amoratados por el dolor.
    ¡Claro!
            Le limpiamos la herida con lo que nos queda de alcohol. Usamos lo que nos queda. Papá nos pregunta cómo hemos sobrevivido y le contamos todo lo que hemos hecho y visto. Le hablo de los gilipollas que se han adueñado del barrio y ya los conoce. Jordi es uno de ellos que ha preferido huir con nosotros, así que pienso que no estaba tan equivocada cuando mi instinto me decía que tenía que huir de ellos.
    ¿Dónde está Nat? —pregunté temiendo que me dijera que no lo había logrado.
    Nos espera en la montaña.
    ¡Lo sabía! Sabía que la mantendrías a salvo.
    Y que volvería a por ti. —sonríe.
            Poco a poco empieza a caer la noche y Jordi se queda dormido. Pronto haríamos lo mismo. El día ha sido agotador para todos y la sorpresa de reencontrarnos ha sido la guinda del pastel. Papá y yo nos acurrucamos uno frente al otro y nuestras espaldas, mamá y ese chico. Sé que mamá intenta encontrar la mano de papá por debajo de la manta pero él me coge las mías y no las suelta. Sé que él está pensando en Nat y yo también porque está sola y porque sufre lo que nadie ha sufrido. Es la hora de rezar y lo hacemos los tres a la vez, deseando que mañana cuando amanezca estemos los cuatro sanos y salvos.

Comentarios

  1. Mi mascota también se llama Jackie xD.

    Pues creo que voy a leer los demás capítulos porque es la 1º vez que me topo con esto y claro, así no saco mucho en claro, pero me gusta la forma de escribir: clara y concisa.

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    Respuestas
    1. Te agradezco tu comentario Angry, la verdad es que así me gusta escribir: Claro y conciso. Igualmente cuando leo, me gusta ver las imágenes mientras las leo e intento que así se vea. Por eso valoro mucho tu comentario. Espero que te enganches, de esa forma me animo a seguir escribiendo esta historia. :)

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