INSTINTO DE SUPERVIVENCIA -Cap.5-.


Al fin he podido seguir con la historia. No puedo creer que esté tan ocupada. Pronto llegan las vacaciones y estoy deseando disfrutar de mi tiempo y de mi mente. 
Espero que seais comprensivos con mis retrasos.
¡Hasta pronto! 
           
INSTINTO DE SUPERVIVENCIA (Cap. 5)


            Mientras me llevan ante Alberto Ramírez (supuesto jefe al mando del Paralelo) pienso en la pérdida de tiempo que me supondrá. Los chicos han sido amables pero cabe la posibilidad de que los demás no lo sean tanto. Tengo que estar muy atento a cualquier eventualidad y me es prácticamente imposible con estos niños hablando sin parar.

    Hemos conseguido mantener a salvo a muchas familias —empieza Cinta roja.
    Sí, los primeros meses fue un verdadero caos —sigue Cinta verde— la gente se acumulaba e intentaba mantener a salvo a los suyos de la única forma que sabían: atacar y robar al desprevenido. Las familias vivían aterradas dentro y fuera del refugio.
    Hasta que Alberto Ramírez consiguió ponerse al mando —habla Jordi, sonriente después del susto de muerte.
    ¡Queréis callaros todos ya! —interrumpe el muchacho de cinta azul, Manu—, al Sr. Ramírez no le va a hacer gracia que lo llevemos.

            Nunca he sido un buen conversador; cuando se presentaban diferentes planes de fin de semana siempre intentaba que el número de personas que iban a compartirlo conmigo fueran las mínimas posibles y si en el plan solo estábamos Nat y yo mejor que mejor.
            No entendía por qué estaba conmigo, la verdad es que creo que ella tampoco. No la acompañaba a los cumpleaños de sus amigos, no la he llevado nunca a bailar, ni nos hemos tomado una copa en ningún chill out. Cuando ella iba a la playa con sus amigas, a veces con Andrea, yo me subía al campo de tiro a practicar y no me daba cuenta del tiempo que pasaba allí hasta que un día, preocupada porque yo no cogía el teléfono, cogió un taxi y se planto en la entrada con los brazos en jarras y el seño fruncido y me dijo: «Lucas, podrías olvidarte del mundo entero mientras estuvieras con tus armas, te odio». Pero mira, ahora, con todas mis armas y toda la libertad del mundo para usarlas y en lo único que pienso es en ella. Maldito hechizo.
            Recuerdo que no tengo ningunas ganas de hablar con nadie. Me importa un pimiento el Sr. Ramírez y los matones que le comen el culo. Me parece que voy a pasar, quiero encontrar a Andrea pronto e irme a la montaña.  
            Pasamos por delante de lo que había sido una gasolinera y descubro cómo se las han ingeniado en la Ciudad para controlar los suministros: Cercando el perímetro con palés de madera, estanterías de supermercados, basuras varias; y tres tipos armados, uno en cada esquina. Alrededor, en la calle, yace algún que otro cadáver al que han tenido la cortesía de cubrir con una sábana. Siento asco, el mismo que sentía cuando las cosas iban bien. ¡Qué desperdicio de guerra! ¿Porqué no un par de nucleares? Acabaríamos con esta raza de depravados.
    ¿Sabéis qué chicos? —me detengo de improviso— creo que no os voy a acompañar. Manu tiene razón, no les va a gustar verme. Antes de que me vea más gente, creo que iré por otro lado.
            La confusión es general. Ellos se miran unos a los otros y yo intento convencerles con la poca labia que tengo. Las palabras no son las adecuadas y no consigo persuadirles para que me dejen escapar sin más. Se ponen a cubierto y me apuntan con unas armas que les devolví mientras compartíamos mí comida. Otra gilipollez.
    Para llegar a Rocafort vas a tener que pasar igualmente por el cuartel general. Mejor que vengas con nosotros. Si te ven te matan.
    Creo que correré el riesgo.
            A nadie le parece buena idea pero cuando están a punto de discutir entre ellos, Jordi el Cinta negra, me echa un cable y dispara a lo lejos. Resuena y los distrae a todos por un instante en el que consigo correr y alejarme lo suficiente como para dejar de oír los chillidos que ya no me molesto en entender. Han disparado hacia mí, esos malditos críos. No miro atrás en un buen rato hasta que ya no puedo respirar. No soy consciente del peligro que me rodea, tan solo quiero llegar a casa y llevarme a mi hija. Ya no se oyen ni disparos ni gritos pero en solo un segundo soy consciente de que algo no va bien. Sale de una esquina una mano ensangrentada y un gritito agudo que me pide ayuda. Miro a ambos lados de la maltrecha calle y una vocecilla que se llama Natalia me dice en mi cabeza que no puedo irme sin socorrer a quién pertenezca esa mano.
            Con el sable a punto me acerco y le digo: « ¿Quién eres? ¿Porqué me sigues?»
            Y lo sé enseguida.
    Me han dado Lucas.
            Jordi, el chico de la cinta negra esta a mis pies con un agujero en la pierna de por lo menos tres centímetros. Pierde mucha sangre y si no hago algo pronto, morirá. El me mira a los ojos y sé que espera que le devuelva el favor pero yo me lo pienso.
    Por favor… —me suplica.
            Entonces no puedo evitar vislumbrar la carita de Nat con los ojos llorosos «Ayúdale cariño, te dejé un botiquín» y al final, cuando estoy a punto de irme; saco mi mochila que apoyo en el suelo y consigo taponar la herida, sacar la bala y coserle el agujero. Él esta inconsciente desde que vio mi machete atravesar su piel. Ahora estoy intentando que no se deshidrate mientras pienso en el tiempo que estoy perdiendo. No voy a dejarlo aquí, si lo encuentran acabarán con él y no es justo; así que me mentalizo y en cuanto abre los ojos le digo: «Acabas de cometer el error de tu vida, levántate»
            Consigue ponerse en pie apoyándose en mí e intentamos movernos lo más rápido posible. Ya solo quedan dos manzanas. Se cansa muy rápido y tenemos que parar a menudo.
            La zona ha quedado destruida, por un momento pienso que no lo han conseguido y me tiemblan las piernas. Ahora soy yo quien debe parar pero me obligo a seguir adelante, tan solo unos metros más, unos pasos más. Reconozco el portal bajo los escombros y encuentro un sendero entre las runas. Dejo a Jordi apoyado en un saliente y trepando entre las piedras veo el reguero de sangre que no termina en ningún sitio. No están. Se han ido.
    ¡Andrea! —grito sin pensar en nada, grito de desesperación, de rabia, de dolor. Grito hasta que me quedo sin aire y siento que el corazón se me para.
            Y se para…
            Y estoy en el suelo. Me mareo y Jordi consigue, de alguna manera, incorporarme. Me siento en el asfalto ardiendo y antes de perder el conocimiento escucho el corte limpio de la katana de Andrea.
           

 

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