RECORTES EN LA LEY DE DEPENDENCIA...


            Hoy y después de muchos días vuelvo a tener cabeza para escribir. Eso es lo que me he dicho esta mañana tras dormir relajadamente como no lo había hecho desde hace tiempo. No tengo por costumbre ventilar en el blog mí día a día pero en esta ocasión debo hacer crítica y si al final de esta vomitera no me siento mejor la borraré.

Todo empezó con el accidente.

            20 de diciembre (comida de empresa para celebrar la Navidad).

            Había varias cosas por celebrar, cosas como que no habíamos perdido el empleo, que no nos rebajaban más el sueldo —que ya venía rebajado desde enero de 2013—, que seguíamos todos vivos y sobretodo que el despacho sobreviviría un año más si seguíamos con estos ajustes económicos.
            Estaba contenta, me había comprado pantalones y zapatos nuevos para lucirlos, me había traído las pinturitas para arreglarme un poco más de lo habitual. ¡Que se notara que era un día de fiesta!
            Me encantan las comidas de mi empresa porque es cuanto más relajados estamos, no hay  llamadas, ni clientes, ni prisas, ni órdenes. Solo sonrisas, copas de vino alzadas, anécdotas graciosas; cosas que no tienes tiempo de contarte en el trabajo.
            La comida es espectacular en LA FRAGATA de Sitges, justo al lado de la emblemática iglesia. Disfruto como una niña con esos manjares porque sé que nunca podría permitírmelos yo, así que me pongo a comer como si no hubiera mañana y me digo a mi misma que estoy gozando de uno de los mejores placeres de la vida.
            Me encanta. Soy feliz.
            La perspectiva de los días que vienen también me gusta. Adoro las fiestas Navideñas y no porque en mi casa se hagan grandes festejos sino porque dispongo de unos días libres en soledad, —porque mi marido trabaja—, y tengo tiempo para escribir. Hace frío fuera, las luces que adornan Barcelona me cautivan, sonrío como una tonta por Paseo de Gracia mientras hago las últimas compras… como veis, sentía que a pesar de la crisis, de los recortes y de los políticos ladrones; mi vida valía la pena.

            Pero… lo que sentía antes del 20 de diciembre de 2013 nada tiene que ver con lo que siento hoy. ¿Y sabéis porqué? Porque antes de ese día no me había metido en la espiral de mierda que hay en España. Porque antes de ese día no tenía ante mis ojos el desgaste de los recortes, ni tenía que sufrir el abandono de nuestro gobierno.
Y es que cuando volvíamos de esa maravillosa comida de Navidad que precedía unas festividades felices; un buen hombre que venía discutiendo con una buena mujer en un coche, no se dio cuenta que debía frenar y nos embistió, dejando un flamante Audi A3 retorcido hasta no poder reconocer su maletero.

Después de ese instante vino un constante de hospitales, médicos, collarín, tratamientos, medicación, baja, partes de baja, rehabilitación, dolor y rabia. Todo eso además con todas las cenas y próximas comidas anuladas, mis compras navideñas interrumpidas y mi cabeza bloqueada. Lo peor: NO PODIA ESCRIBIR.
            Empecé el año cabreada con el mundo y haciéndole la vida imposible a los que me quieren, amargando las fiestas a los míos con todo lo que hicieron y hacen por mí. Aun así no me dejaron. Los amo. Pero eso no cambia en absoluto que ahora haya perdido la idea en la que había basado mi vida.

            Como si no fuera suficiente con eso, de repente empezó a gestarse una tormenta en casa: Mis abuelitos — él de 90 años y ella de 87— estaban empezando a sufrir pequeñas caídas tontas que con esa edad se convierten en otro ir y venir de hospitales. De pronto dejé de preocuparme por mis cervicales porque me vi levantando a mi abuela del suelo unas dos veces por semana y eso siguió así hasta que al final se negó a andar y nos complicó mucho más la vida.
Imagino que los que habéis pasado por esto sabéis lo que quiero decir. Cosas como el no poder marcharte tranquilo de casa porque puede caer, porque no va a poder llegar a la cocina para calentarse la comida, porque se quedarán en la cama hasta que alguien llegue y los atienda. Estaban consumiéndose en la soledad porque nosotras  —mi madre y yo — teníamos que trabajar.
            Fue la semana en la que me incorporé al trabajo después del accidente, la semana en la que me había esforzado por recuperar mi vida a pesar de la rehabilitación, que me robaba gran parte de mis horas de ocio. Y ahora, otra vez de repente, tenía que preocuparme de otro asunto.

            Finalmente éste otro asunto se llevó todos mis pensamientos.
            Para poneros en antecedentes os contaré que mi abuela Marcela, ha sido y será siempre mi alma gemela. Ella es quién ha cuidado de mí siempre, la que me ha enseñado a vivir y además, ella me ha prestado todos sus genes, tanto los buenos como los malos pues soy tan quejica, tan caprichosa y tan parlanchina como ella, sin embargo esos maravillosos ojos azules que tiene se los guardó celosamente siendo la única en toda la familia que los luce, tan presumida es.
            Mi abuelo Arturo ha sido siempre la gran figura masculina de mi casa pues mi padre nos abandonó cuando yo cumplía trece años y luego, cuando yo volé del nido, cuando me enamoré y me independicé falleció mi tío Jordi con tan solo 41 años de edad. Por lo tanto mi abuelo fue para mí mi único padre, tío, abuelo y amigo, y lo es a día de hoy a pesar de sus 90 años, de sus limitaciones, de que tengo que chillar para hablarle, de que a veces me pone de los nervios porque es casi tan exigente como yo. Y es que ambos nos exigimos mucho el uno el otro pero casi siempre hacemos las paces con un simple guiño. Nos queremos, qué le vamos a hacer, soy su nieta y siempre me ha mimado mucho.
Ahora  ya estoy llorando.
Me tomo un momento para recordar porqué he empezado a escribir esto. Y es que mi intención era quejarme porque no tengo recursos para hacer que sus vidas en la vejez gocen de la calidad humada que se merecen y porque por culpa de estos malditos recortes ahora ellos están viviendo en un lugar que no quisiéramos nadie para nosotros.          Él siempre ha querido morir en su casa con nosotras: sus chicas. Ella, jamás he oído que diera instrucciones sobre eso y ahora ya no nos las dará porque finalmente ha caído en las garras de la demencia. Ahora de Ella solo queda un manojo de huesitos cubiertos de piel blanquita y ojos de océano perdidos en su enfermedad. Sonriendo al mundo entero porque ha perdido la capacidad de entender porqué la hemos tenido que llevar a ésa residencia donde le dan de comer un plato de algo triturado que cada día tiene la misma pinta.
            Mi abuelo Arturo sí sabe porqué está donde está, sí sabe que su mujer —la que le ha acompañado desde sus 14 años sentados uno junto al otro en un refugio mientras a su alrededor caían bombas—, no recuerda nada de él. Mi abuelo, sí sufre lo que es la separación de su familia, si sufre las consecuencias de sus cada vez más restringidas comodidades, sí sufre, en definitiva: LOS RECORTES.

Iba a especificar por todo lo que mi madre y yo hemos tenido que pasar estos últimos meses, cosas como el desespero por la poca comunicación con las asistentas sociales que — por falta de recursos— se ven obligadas a dar largas a las familias que tan desesperadamente necesitamos su ayuda; pero sabéis qué, que no vale la pena. Que quién lo esté sufriendo ya sabe lo que le estoy contando y que no sirve para nada quejarse porque NO HAY ETICA EN ESTE MUNDO.

Y es que es tan simple como esto:
Si a los grandísimos empresarios y políticos de este país se interesasen más por su tejido social, por nuestro bienestar familiar, nuestra felicidad y nuestras necesidades, tendrían una sociedad entregada, tranquila, sana y con muchas ganas de trabajar y sacar adelante este país que me consta que vale la pena.
Si a los grandísimos empresarios y políticos de este país se preocuparan por lo que nos machaca, nos anula y nos ahoga, tendrían una sociedad agradecida, una sociedad que tendría tiempo para la familia, para el trabajo, para gastar y comprar; que al fin y al cabo es lo que a todos nos mueve, ¿no? El famoso mercado.
Pues es tan simple como comprender que si tenemos que estar preocupados por todo lo que no nos ofrecen, que si tenemos que iniciar nosotros mismos las luchas con todas las injusticias que nos hacéis pagar, JAMÁS tendremos una sociedad que compre, que gaste y que pague impuestos.

En conclusión:
Mientras ellos sigan robando y sigan vejando y maltratando a su gente, este país estará enfermo, arrugado y viejo.
Y al final sí que me siento mejor al dejar escrito lo que siento. Al anunciar a todo el mundo que sí podría existir un mundo mejor solo que… tendríamos que aprender a respetarnos unos a otros y eso, no da dinero. Y todo se resume a eso: DINERO.
¿Pues sabéis qué os digo?

Que lo que yo gasto para disfrutar de la verdadera felicidad de la vida es solo TIEMPO. 

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