INSTINTO DE SUPERVIVENCIA (Cap. 4)

INSTINTO DE SUPERVIVENCIA (Cap. 4)

            Hace más de dos semanas que Lucas se fue en busca de Andrea. Intento no venirme abajo, ser positiva; a ser positiva siempre le acompaña la esperanza de que haya encontrado a Andrea y que María esté herida y que estarán intentando curarla antes de emprender el viaje hacia aquí. Por el camino buscarán a mi madre que se que está viva por los mensajes que nos mandamos cuando encontramos wi-fi. Acostumbran a ser algo como: Cariño, hoy no ha entrado nadie en el edificio. Estoy bien; excepto cuando la última explosión acabó con mis abuelos que fue algo así: Ya se han ido. No han aguantado el humo del último incendio. Estoy sola. Me aterra pensar de qué manera han dejado este mundo y más todavía, en lo que suponía para mamá tenerlos ahí. Hace meses que nadie se ocupa de los cadáveres. Le dije a Lucas: No vengas sin mi madre.  Y me prometió si seguía con vida la traería de vuelta. Este mes cumplirá sesenta y dos años y necesito vivir con ella. Necesito abrazarla, necesito que me acaricie el pelo para tranquilizarme, necesito que me coja de la mano y que no me suelte.
            Con estos pensamientos me interrumpe Carmen, que entra en la cabaña con un cazo con algo que parece sopa caliente.
-          ¿Estás bien?
            Estoy llorando como una condenada a la horca. Joder. No me puedo permitir estos momentos, no puedo pensar porque pensar me debilita y mi cuerpo no va a poder soportar más desgastes. Cada vez que me da por llorar así se me encoge el estómago y me paso horas intentando aliviarme.
-          ¿Qué tienes ahí? – pregunto tragándome las lágrimas a la fuerza-.
-           He preparado un té con unas hierbas que he ido secando. ¿te apetece una taza?
            ¿Te apetece una taza? repite mi cerebro una y otra vez mientras la mujer expone los beneficios de la planta.  ¿Te apetece una taza? e inmediatamente mi llanto se convierte en ira. Alzo las manos a la cabeza exageradamente. El espíritu de Lucas me posee y ésta es una de las veces en las que no puedo conmigo misma. Si no haces exactamente lo que te digo no resistirás, me había advertido Lucas. Si alguien te encuentra querrá quedarse, estamos bien provistos. Recuerdo que le dije que yo no tendría corazón para no atender a alguien herido. No sabría no brindar ayuda. Pues tendrás que hacerlo.
            Y yo voy y dejo que esta señora ocupe su sitio en el suelo y gaste nuestros suministros. Justo lo que no debía hacer. Lo que ella ha aportado a esta sociedad no sirve para mucho. Yo hago las tareas que requieren más fuerza física, ella se limita a deshuesar los conejos que yo cazo y a colocar bien las sábanas y mantas dentro de la cabaña. Ahora mismo solo oigo la voz de Lucas advirtiéndome: Ahorra todo lo que puedas, cuando vuelva seremos más a los que atender. Bien. Si esa mujer no entendía lo que significa: no gastes suministros, tendría que hacer algo con ella.
            Después de una tanda de gritos que no nos llevan a ningún lado me derrumbo en la hierba, clavando mis rodillas en el suelo y la cabeza entre las piernas. Cuando vuelvo a alzar la vista Carmen sigue de pie, con una expresión de incomprensión que hace más difícil, si cabe, las palabras que voy a decirle:
-          Si vuelves a usar el gas, o lo que sea que pueda afectar a la supervivencia de los míos, no tendré miramientos en matarte.
            Tanto ella como yo misma nos sorprendemos de cómo suena ésta última frase en mis labios.
-          Eres una ilusa si crees que van a volver. Están todos condenados. –Su voz es como un escupitajo de amargura, está claro que después de esta conversación Carmen va a tener que quitarse la chaqueta de mi marido-. Moriremos aquí solas, te guste o no.

            Mi paranoia con la muerte viene de muy lejos. Desde que era una niña e intentaba darle un sentido al hecho de tener que desaparecer de este mundo. Le preguntaba a mamá, al párroco, a los profesores de religión de todos los años de escuela, pero nadie podía calmar aquello que me inquietaba. No he podido nunca deshacerme de esa cosa en el pecho, que me oprime y me ahoga cuando pienso en la muerte.
Y aquí estoy aguantando esta conversación con una pésima compañera de tragedias que habla mucho y me desgasta el cerebro. Ha estado todos estos días contándome cómo vio morir a su Luis, cómo decidió que no podría sobrevivir sola, lo poco que aguantaríamos si nos separábamos. No soporto ya la mierda que sale por su boca; pero la Natalia de la ciudad, la Natalia de siempre jamás hubiera permitido acallar a una mujer mayor, jamás hubiera antepuesto su bienestar al de alguien que le pedía ayuda tan desesperadamente como lo hacían los ojos de Carmen.
            Me da por hacer recuento mental de todas las cosas que hemos malgastado juntas: veinte sobres de azúcar, seis garrafas de agua, dieciséis latas de conserva y a saber lo que quedaba de camping gas.  Ahorra todo lo que puedas, cuando vuelva seremos más a los que atender. Me entra un escalofrío y al fin la hago callar:
-          No puedo seguir manteniéndote. Fue una mala idea que te quedaras conmigo. Voy a pedirte que te vayas –por favor, por favor lárgate sin hablar, pensé-.
-          No puedo creer que me hagas esto. – imposible, ella tenía replicar-. Sois unos monstruos tú y tu familia. – lo sé Carmen, lo sé, pero tienes que irte-.
            En un momento de arrebato aprieta los puños y pienso que viene a golpearme y me levanto de un salto poniéndome a su misma altura, en una mano sujeto fuerte uno de los cuchillos de Lucas. No creo que sea capaz de matarla pero si intenta hacerme daño no me quedará otro remedio. Tengo que aguantar. De todos los futuros que me preveo en ninguno me veo dejando escapar mi último aliento al lado de Carmen.
           
            Nos interrumpe un ruido ensordecedor y vemos como cae un pedazo de roca ardiendo del cielo. Nos quedamos embobabas y vemos estupefactas como avanza hacia lo que queda de ciudad, lo que queda de nuestros preciados monumentos y temo que vaya a acabar con lo que queda de la Sagrada Familia. No me equivoco y siento un profundo pinchazo en el pecho, luego se me llena la boca de un sabor hermético y descubro que me he mordido la lengua. Las dos caemos de culo al suelo cuando la roca, o proyectil o lo que sea se incrusta en el ya maltrecho monumento. Me viene a la cabeza la imagen del Papa Benedicto xvi consagrando la basílica de la Sagrada Familia y me pregunto si al Vaticano también le caen bombas del cielo. No puedo reprimir un grito y me tapo la boca con ambas manos; miro a Carmen y ella está en la misma posición que yo: desoladas.
-          ¿Sigues pensando que van a volver? –empieza, amenazadora-.
-          Quiero que me devuelvas la chaqueta de mi Lucas.
            Mi voz suena como un susurro, no puedo hablar más alto, me duele la lengua y siento que me desmayo. Odio la sangre y más si es mía. Carmen se levanta, todo nervio, rabia y me escupe un: Que te jodan. Y yo pienso que sí, que me voy a joder, pero que ella no puede seguir abusando de mi hospitalidad. Me levanto tan aprisa como ella y me encargo en un santiamén de sacar todas sus cosas de mi cabaña. Las voy amontonando encima de una sábana y cuando termino le hago un ovillo. Arranco el trozo de uralita que habíamos encajado en un saliente de la piedra y se lo lanzo con todas mis fuerzas y le cae a escasos centímetros de sus pies.
            Cae otro trozo de cielo ardiendo, pero esta vez queda por detrás de nuestra visión. Empiezo a pensar que puede ser que sigan cayendo a miles y nos alcance a nosotras también. Ya estoy empezando a arrepentirme cuando Carmen agarra como puede la sábana y con un pie arrastra la uralita hacia la pendiente por donde apareció el día que murió su marido. Está sacándose la chaqueta, al fin y al cabo, también tiene su orgullo; voy a decirle que se espere, que me perdone, que no sabía lo que estaba diciendo. Estoy a un segundo de suplicarle su perdón cuando desaparece de mi vista en un chasquido, dejando tras de sí un túnel de chispas y humo negro. Después de la paralización momentánea me doy cuenta de lo que acaba de pasar: la roca cae del cielo y se la lleva por delante a Carmen, la chaqueta, la uralita y parte de la sierra de Collserola. Empiezo a sentirme de un estúpido que no me aguanto.

Comentarios

  1. Pobre Carmen, la has hecho papilla!! Me gusta mucho la tensión y cómo se enfrenta a una situación límite, la inevitable esperanza...aunque no tenga mucho sentido conservarla. Espero que se junten antes del final!!
    Besos

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    Respuestas
    1. Norah! lo que te echaba de menos ya!!
      ¿Te gusta la tensión? Es lo que más me gusta a mí. Me encanta el suspense y las sorpresas. Celebro que te esté gustando.
      Mil besos.

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