SILVIA , DECISIÓN FINAL –parte 1- (14).

Hola gente,
Ya sé que dije que la próxima entrega iba a ser el desenlace, pero… trabajando en el personaje de Silvia, me he dado cuenta que ella también tenía que contar algo. Ella también deseaba hacerse conocer. Así pues, he aprendido a no dar nada por supuesto.
Entonces os dejo con este relato, tan distinto a lo que acostumbro hacer y que tan bien me va trabajar en él.

*Casi se me olvidada, aprovecho la oportunidad para agradecer a todos los que leyeron el post anterior, a los que comentasteis y a los que pensasteis hacerlo. No suelo expresar mis opiniones políticas en público, pero creo que es importante mencionar ciertas cosas.


SILVIA , DECISIÓN FINAL –parte 1- (14).

El invierno pasó, como todos los años.
Las mañanas heladas, el vaho de la noche, el llanto frente la chimenea, las preguntas, los porqués, la indignación y el dolor dejaron paso a las flores, a un aire más cálido y a una inesperada mañana de abril.

Pero hasta que llegó, Silvia estuvo enferma. Enferma de amor. Apenas comía, dormía a trompicones al tiempo que ingería algún que otro diazepan. El médico había venido a verla un par de días y coincidía con la madre en que tan solo era un mal de amores, pero que se lo estaba tomando demasiado en serio. Debía salir, divertirse, trabajar; en definitiva, hacer vida normal. Pero no había manera. Ella lloraba, chillaba y maldecía a su familia. Sobre todo a Sergio, a quién culpaba por haber perdido a Richard.
Nadie lograba comprender por qué Silvia no era capaz de superar un simple romance.  Y es que para ella, Richard no había sido un simple romance.
Richard era su Salvación.
 Y es que la camarera entregada, la hija cariñosa, la hermana perfecta, la amiga comprensiva ya se había cansado de hacerse la tonta en el maldito pueblo. Sí, estoy hasta el moño de todos vosotros, habría gritado desde el micrófono del pregón de la fiesta mayor, si hubiera tenido la oportunidad. Pero, cuando llegó Él, con aquel espíritu aventurero, aquella mirada misteriosa, su chupa gastada y sus cuatro pertenencias vio solucionados todos sus problemas y no había una cosa que deseara más; que huir de Vilaplana con Richard.
Ahora, todo el plan, tejido minuciosamente, se había ido al carajo. Y estaba cabreada, estaba en su derecho de estarlo. Joder.
-          ¡Dejadme en paz! –gritaba cada vez que alguien venia a verla-.
-           Silvia, cielo… -intentaba Sergio cada tarde-. Tienes que reponerte. Él dijo que vendría a por ti. Lo dejó escrito.
-          ¡Pero no vuelve! ¿Cuánto he de esperar?  
Sabía lo que ponía en esa nota que dejó. La leía cada diez minutos. Llevaba puesto el colgante que le había regalado y se auto convencía que él llegaría, de repente, y le gritaría desde la calle, y ella saldría con lo puesto, subiría en la moto y huirían. Después de la ensoñación, Silvia lloraba mucho más, por no haber tenido el valor siquiera de compartir su secreto con él. Pensaba, que si hubiera sido sincera, Richard se la hubiera llevado el día que se fue. Pero como no fue así y como seguía sin tener el valor de confiarle a su familia el hartazgo que gastaba, siguió enferma hasta que perdió su trabajo, sus amigos y la complicidad incondicional de su hermano. 

La primera vez que la nombró fue en la sala de espera de la consulta del doctor.           
-          La dejaste tirada en Navidad. Qué galán. –dijo Bárbara, divertida, acariciando su barriga-.
-          Fue por tu culpa, que me maldijiste con esa llamada.
Se rieron los dos. Habían superado tanto y tan bien sus sentimientos que ahora, casi podrían considerarse los mejores amigos del mundo. Bárbara creía que su hijo tendría un buen padre y estaba satisfecha con eso.
-          ¿Y ya? ¿No supiste nada más de ella?
-          No.
-          ¿Y a qué esperas? –saltó la mujer-, ¿para qué existen los móviles Richard? ¿Por qué te empeñas en vivir otra época? ¡Si la amas debes conservar la comunicación!
Y le hizo caso. Aquella misma noche, Richard salió al balcón del piso de Bárbara y marcó el número de Silvia. No tenía muy claro que ella quisiera hablar con él. Sobre todo después de haber rechazado las cientos de llamadas que ella le había hecho a tan solo unos minutos después de desaparecer de Vilafranca.
-          Soy Richard. –dijo cuando oyó la vocecita dulce e infantil de Silvia-.
Como respuesta se escuchó un llanto. Un llanto esperanzado, más bien un suspiro de alivio.
-          ¿Dónde estás?, ¿porqué te has ido? ¿Es que no me quieres?
Se siguieron todas las preguntas que ella había deseado formularle, sin apenas darle tiempo a ir respondiéndolas. El llanto se juntaba con las ansias de hacerle saber que lo deseaba. Que lo había amado tantísimo, que no podía olvidarlo.
-          ¿Cómo has podido dejarme aquí? ¿Dónde estas? Quiero estar contigo.
El intentaba tranquilizarla al tiempo que se daba cuenta de lo poco que conocía en realidad a Silvia. Se preguntó si no sería otra loca que lo perseguiría hasta la muerte. Se preguntó si no debería colgar y cambiar otra vez de número.
-          Silvia, tranquilízate ¿quieres? Sino no puedo explicarme.
Consiguió que se calmara. Poco a poco, volvió su respiración a la normalidad y consiguió prestar la suficiente atención como para escuchar la verdad que Richard tenía que contar. Y fuera de todo pronóstico, aun pensando que se arrepentiría, le contó lo que tenía que contar. Que iba a ser padre de un bebé de otra mujer.
Ella calló. Asimiló y volvió a hablar.
-          ¿La amas?
-          No. Pero voy a ser padre.

Las conversaciones con Silvia mantuvieron la relación a flote. Ella comprendió su partida e incluso le pareció maravilloso que hubiera decidido ayudar a la madre con el embarazo, las pruebas, los médicos. Él iba a ser un buen hombre y con él quería estar. Se hablaban todos los días, incluso una vez, cuando Richard estaba en la ducha, Bárbara cogió el teléfono.
-          ¿Eres Silvia?
Al principio ella calló.
-          Ei, vamos. Contesta. Él está en el baño. Soy Bárbara, la mamá.
Entonces Silvia, que permanecía encerrada en su habitación, sonrió y habló.
-          Qué extraño. –atinó a decir-.
-          Mira cielo, si quieres un consejo te lo daré. Richard es un hombre con unos valores extraordinarios. La vida no le ha ido muy bien. Claro que a mí tampoco. Nos conocimos en unos momentos de nuestras vidas que habríamos hecho cualquier cosa con tal de no pensar en el pasado. Y eso hicimos. Pero, ahora, después de todo resulta que podemos pensar en el futuro.
-          Y yo voy y me meto en medio. –contestó al borde del llanto, otra vez-.
-          No, no, Richard y yo no estamos enamorados. Él te ama a ti.
Hablaron largo y tendido hasta que Richard salió del baño y Bárbara terminó la conversación con un: Quedamos así, ¿de acuerdo?

Luego llegó la primavera. Fue un día que amaneció despejado, el sol bañaba toda la calle mayor y hacía que la Iglesia resplandeciera con la luz. Fue el primer día de muchos que le dio por sonreírle a la mañana. Decidió bajar a desayunar con la familia y éstos la recibieron con halagos y con sonrisas incrédulas. Le sirvieron lo que pidió, la madre hasta tatareó una canción mientras preparaba café.
-          ¿Dónde está Sergio? –preguntó-.
-          No tardará, salió a por pan.
En cuanto Sergio entró a la cocina y la vio allí sentada, con un vestido floreado que se había comprado en unas vacaciones que compartieron en Cadaqués; no pudo más que sonreír y correr a abrazar a su hermana.
-          ¡Dios mío! Que preocupados nos tenías. –soltó y Silvia se ruborizó-.
-          Ya basta, ya basta.- dijo amablemente intentando separarse de su hermano-. Algún día tenía que salir ¿no?
Dedicó su tiempo, que por primera vez tenía, en ella. Viajó varias veces a Barcelona y compró ropa y zapatos nuevos, complementos, maquillaje. En uno de aquellos viajes, vino más contenta de lo normal y Sergio, que ya había perdido aquella complicidad con su hermana, intentó sonsacarle el porqué de su alegría.
-          Estás hablando con él ¿no? –inquirió Sergio, preocupado-.
Ella contestaba con una simple sonrisa y un gesto que no había hecho nunca, así como un: Déjame en paz, Sergio.
-          ¿Es que no ves que estamos preocupados por ti?
Sí, estar preocupados por ella significaba sentir vergüenza por ella. La gente hablaba mal en el pueblo. Los dueños del Bar donde trabajaba dejaron de saludarla cuando se cruzaban por las calles. Ernesto, de vez en cuando le preguntaba por Richard y ella le decía: No creo que vuelva. Sus padres no hacían más que comerle la cabeza con que estaba desaprovechando su vida. Que si tenía que seguir estudiando, que si haz esto o aquello. Y a ella le importaba un pimiento. Ella tan solo esperaba que llegara el día.
Cuando hablaba con Richard se procuraba siempre de estar sola, corría con el teléfono en la mano hasta perderse por las calles de Vilafranca, de pronto asfixiantes y monótonas. Le preguntaba cómo estaba el bebé y él, asombrado del buen rollo, le contestaba según las últimas pruebas y demás. Nunca le dijo, ni insinuó que le molestara que viviera con Bárbara.
-          Te quiero. –le había dicho él al despedirse-.
-          ¿Sabes una cosa Richard? Te voy a esperar hasta el final.
Sin duda era su ángel.

Finalmente, y después de pasar un par de meses con los nervios a flor de piel llegó la llamada que esperaba. Y no era de Richard. En cuanto contestó supo que iba a tomar la decisión más importante de su vida. Y aun así, con las probabilidades al cincuenta por ciento de que no le fuera bien, decidió arriesgarse. Cuando colgó, no sin antes decirle a su interlocutor: Todo irá bien, nos vemos mañana; sacó de su armario su Roncato, la abrió y empezó a meter, compulsivamente todo aquello         que había ido comprando para el día X. El día en que iba a dejar definitivamente el pueblo que la había asfixiado durante tanto tiempo.
El tren salía a las nueve de la noche y ya lo tenía todo listo. ¿Iba a volver? ¿Cómo sería su vida en el Norte? ¿Inviernos demasiado duros? Qué más daba, estaba eufórica de placer.
Cuando faltaba menos de una hora para que saliera el tren bajó las escaleras de la casa donde se había criado y vio a sus padres en el salón, distraídos y envueltos en una conversación política.
-          Mamá, papá –dijo desde lo alto de la escalera-, me voy a por Richard.
Las caras de sorpresa-enfado de sus progenitores no escaparon a su memoria y sabía que estaba obrando mal pero nada de lo que le dijeran en ese momento haría que cambiara de opinión. Ella no estaba hecha para un pueblo, ella necesitaba abrirse al mundo, necesitaba a Richard y su complicada vida. Moría por conocer a la mujer que lo había hecho padre.
-          ¿No vas a despedirte de tu hermano? –sentenciaron al final, cuando habían descubierto que perdían la batalla y a su hija-.
Pasó por taller, la persiana estaba a medio cerrar. Dejó la maleta en la calle y asomó la cabeza.
-          ¿Sergio? Soy Silvia. Ven. –gritó para que le oyera desde el fondo del local-.
El muchacho salió limpiándose las manos en un trapo aun más sucio si cabe.
-          ¿qué quieres?
-          Despedirme. Me voy a por Richard. El tren sale en media hora, ¿quieres llevarme?
Se avergonzaba de su comportamiento. Ahora que se iba, se daba cuenta que podría haber hecho lo mismo sin necesidad de discutir con todo el mundo.
-          No quiero irme de malas Sergio. –intentó disculparse-.
Como era de suponer, Sergio no iba a perder la oportunidad de arreglar las cosas con ella. Era su niña chiquita y ahora otro hombre se la llevaba lejos.
-          Espero que sepas lo que haces. De todas formas, siempre podrás volver. –sonrió, al fin, a unos pasos de las taquillas de la estación-.
-          ¿A Vilafranca? – soltó una risa maléfica-, Jamás.
-          No tenía ni idea que odiabas tanto el pueblo. Qué ciego he estado.
Se acababan de dar otra oportunidad. Quedaron en hablar a menudo y el pidió que le dijera a Richard de su parte que como no te cuidara iba a ir personalmente a darle su merecido.
-          Estaré encantada de que vengas a decírselo.
Y así, con el tiempo apretándole los talones, le dio su billete impreso a la chica de control y con un brazo al aire le dijo adiós a su hermano, a su familia y a su pueblo natal.
Ya en su asiento, con la perspectiva de una vida nueva a su alcance, dejó de temblar, se relajó, sonrió y se dijo que fuera como fuera la situación que la esperaba en el destino iba a estar a la altura. Iba a saber llevarla, iba a ser la primera prueba que le imponía la vida.
           

Comentarios

  1. Una parte me gusta y otra no me cuadra mucho. Entiendo que Silvia se aferre a su sueño y a la posibilidad de realizarlo que se le presentó con Richard, ese tipo de cosas que uno cree que no le pueden suceder. Ahora bien, ese entendimiento entre los tres de buenas a primeras es lo que me chirría un poco.
    Besos

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Y es lógico, sería imposible en la vida real. ¿como permites que el padre de tu hijo esté enamorado de otra? ¿Cómo se supone que debes entender eso? ¿Cómo aguantaría alguien una situación similar? ¿Acaso no duda Silvia de que Richard le engañe? Pero, ¿no podría ser que Bárbara y Ricardo, dos personas que arrastran pecados que no podrán enmendar nunca, se unieran para hacer algo bonito?. ¿Algo como traer una vida al mundo y compartirla con una muchacha ilusionada e inocente? No, tienes razón esto no funciona en este mundo. :) Gracias por leerme Norah. Besos.

      Eliminar
    2. Con el tiempo podría ser, o si fueran más mayores o Silvia una mujer más rodada. Pero para estar al principio, en el momento álgido y dulce de la ilusión, es lo que no acaba de encajar, pero es sólo mi opinión. Tú no dejes de escribir que yo no pienso parar de leer.
      Un besote

      Eliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

FELIZ 2022 - MÁS RETOS QUE NUNCA!

CRÓNICA DE UN SANT JORDI COMPLETO

S.O.S - BUSCO OPINIONES :)